Triage (eludo explicar aquí el significado del título, ya lo sabrá el futuro espectador si no lo ha leído por ahí) es una película ambigua que nada entre dos aguas sin saber a qué orilla arribar, si a la de la crónica de unos conflictos bélicos /históricos (aquí estamos en la primera guerra de Irak) vistos a través de los ojos de un periodista de guerra (recordemos obras de altura sobre el tema tales como El año que vivimos peligrosamente o Los gritos del silencio), o si centrarse sobre el estudio intimista de un problema personal de orden psicológico y de complejos de culpabilidad, de interpretación psicoanalítica (como ocurría en, por ejemplo, Recuerda). Triage, al decantarse al fin por esto último, pierde la oportunidad de conseguir ser una buena película bélica sobre las consecuencias de las guerras en los hombres que las viven desde la primera línea del frente. No estamos, por supuesto, ante un Samuel Fuller ni ante el Spielberg de Salvad al soldado Ryan, pese a que las secuencias que transcurren en el frente son las más poderosas de la película y las únicas que resultan verdaderamente convincentes.
Triage hace aguas cuando la acción se traslada a la Irlanda natal del personaje principal (Colin Farrell) y, desde entonces, la película se convierte en otra cosa. Se trata de encontrar la verdad que se esconde en el comportamiento torturado de un fotógrafo de guerra que vuelve a casa con un probable terrible secreto que no es capaz de asumir ante los demás ni ante sí mismo. La convención se apodera ahora de la película y sólo emerge de la mediocridad y del tedio en momentos muy puntuales, principalmente con la aparición en escena del personaje de Christopher Lee (chocante elección para encarnar a un psiquiatra español), que tiene a su cargo la mejor secuencia al respecto, la que resume las intenciones discursivas de la película, en un emocionante monólogo, intentado hacer entender al personaje de Paz Vega, su nieta, el comportamiento que tuvo como psiquiatra en la España franquista de los primeros años de la postguerra civil. Triage tiene un final precipitado y acomodaticio, falsamente feliz, a la manera de un rompecabezas satisfactoriamente resuelto, lo que le resta a la parte más intimista, en realidad la que más le interesa al director, mucha de la fuerza y la emotividad que sí se consiguen en las secuencias que transcurren en pleno campo de batalla, en el Kurdistán, lo que hace que esta parte del relato quede en el conjunto como un elemento bastante secundario en la historia. Triage queda así como una película fallida, que desaprovecha la opción que más juego hubiera dado, la del campo de batalla en el Kurdistán. Al menos es para lo que parece que esté más capacitado el director de En tierra de nadie, al que habrá que dar un margen de confianza para ver qué es lo que nos ofrece en su más que probable tercera película, puesto que, parece ser, está preparando un nuevo proyecto.
No quiero entrar a comentar la forma en que están vistos los personajes españoles, en especial el de Paz Vega, caracterizada como la típica española de postal. Sólo le falta que se llame Carmen… como ya se llamó en la película homónima de Vicente Aranda. Pero no se elude el tópico: ya le ponen ese nombrecito a su madre.
Sí que quisiera decir algo sobre los increíblemente auténticos y hermosos que resultas los paisajes y localizaciones que se utilizan para las secuencias de guerra en el Kurdistán. Son paisajes alicantinos que están a muy escasos kilómetros de los estudios Ciudad de la Luz, en donde se han rodados también todos los interiores. Pasa igual con los paisajes africanos de las secuencias que transcurren en ese continente. Ambas localizaciones están separadas una de otra por escasos treinta kilómetros, lo que evidencia la gran riqueza paisajística de la provincia alicantina, complemento imprescindible para atraer amplitud de proyectos a los estudios Ciudad de la Luz. Su privilegiada geografía facilita enormemente los rodajes en ellos de cualquier tipo de películas.
Y para terminar, quiero mencionar especialmente la actuación de un actor alicantino, Álex Spijksma, que hace de un jefe de guerrilla kurdo al que aporta una fuerte presecia y un poderoso magnetismo que, cuando aparece en pantalla, no pasa desapercibido pese a estar en un discreto segundo plano.
Calificación: **
Navegando nevegando, acabo de descubrir este blog. Felicidades. Lo que he estado leyendo me ha gustado mucho, gustos personales aparte. Te invito a pasarte por el mío. Lo acabo de empezar,y no es monotemático (la verdad es que no se todavía hacía donde dirigirlo), aunque creo que las dos últimas entradas te van a interesar, al igual que a mí me interesaría saber la opnión de un cinéfilo como tú. Nos leémos.
ResponderEliminarUna película que a priori no me llama mucho la atención y leyendo lo de los tópicos típicos de España... pues menos, para qué le voy a engañar. Gracias por pasar por mi blog y comentar sobre nuestro idolatrado Sir Alfred. Y por supuesto, puede usted apropiarse de la imagen que le apetezca sobre el mismo.
ResponderEliminarSaludos
Nos leemos