Ojeando por las estanterías de casa cae a mis manos una película llamada Flash back/El apartamento (lleva los dos títulos) del año 97, dirigida por un tal Gilles Mimouni, del que no conozco nada más. Leo en la cubierta del Dvd que cinco años más tarde Hollywood hizo un remake, lo que me pica la curiosidad, deduciendo que algo interesante debe de tener y me decido a darle un vistazo. Mira por dónde, la película me engancha de inmediato y ya no la suelto hasta verla enterita. Que esto me pase cuando veo el cine en la pantalla de un televisor dice mucho a favor, ya que no soporto ver una película rodeado de luz y de ruidos caseros. Mi terreno natural es una sala de cine y aun en ella hay alguna película que de tarde en tarde no me retiene hasta el final.
Flash back/El apartamento cuenta una arrebatada y enrevesada historia de amores entrecruzados y lo hace recurriendo a la técnica del título, o sea, al flash back, con constantes saltos en la narración atrás y hacia adelante. Si ya de por sí la historia es alambicada y llena de recovecos y de sorpresas, el que se cuente con tantos cambios de tiempo complicaba más las posibilidades de que se hiciera claramente entendible. Pero no pasa con Flas back/El apartamento, pues tiene un guión endiabladamente preciso y los flash backs están utilizados como un recurso necesario para mantener en vilo el interés del espectador e ir dosificándole las claves y los giros de una historia que no para de darnos sorpresas. Una vez terminada la película, se pueden poner algunas pegas, mínimas, a ciertas escenas que pudieran estar concebidas con trampa, con la intención de que el espectador no se adelante a los acontecimientos, pero acostumbrados como estamos a que con estos trucos se nos toree de la forma más ramplona en casi todas las películas americanas de intriga, considero que Flash back/El apartamento respeta mi inteligencia y le perdono esas insignificantes debilidades. Y hasta tiene algún que otro defecto de puesta en escena que se podía haber cuidado un poquito más, pero todo se pasa por alto ya que se consiguen dos horas de acción trepidante y de constante intriga.
30/11/09
Flash Back / El apartamento
Vertiginosa obsesión
Lo que más me gusta de Flash back/El apartamento es que me recuerda poderosamente todo el cine de Hitchcock y me evoca títulos que van de Con la muerte en los talones a Pánico en la escena, de Vertigo a La ventana indiscreta o a, principalmente, La trama, con la que comparte ese juego de paradojas del azar en el que los personajes se buscan desesperadamente y se entrecruzan en la acción casi tocándose, alejándose y acercándose sin advertirse. Hay un personaje casi tan psicótico como el Norman Bates de Psicosis, una comparación que no debe tomarse como una pista, pues no van por ahí los tiros. La intriga es constante y no hay respiro apenas en la acción. Y acaba además con un guiño perverso, aunque me parece que, o no es pretendido, o no se ha sabido subrayar. Digamos que el malo de la película, por mucho que no sea muy consciente del daño hecho, se va de rositas, según parece…
Los actores están magníficos, especialmente Vincent Cassel. Mónica Bellucci aunqué hermosa, aun no era la estrella súper sofisticadamente bellísima en que se convirtió a partir de Malena y su personaje, que en un principio se entiende como que va a ser el protagonista, acaba relegado al puesto de tercero de los cuatro principales. Como anécdota, leo en la contraportada del Dvd que en este rodaje Cassel y Bellucci se conocieron y al poco tiempo decidieron vivir en pareja. El Dvd trae un tráiler de la versión americana, que se titula Obsesión (Winker Park) dirigida por un tal Paul McGuigan e interpretada por Josh Hartnett y Diane Kruger. El tráiler dice muy poco a favor de lo se pueda haber hecho en el remake americano. Lo normal… éstos suelen empeorar siempre los originales que adaptan. El Dvd de Obsesión veo que también anda por mis estanterías. Así que seguramente le echaré un vistazo un día de estos. En definitiva, Flash back/El apartamento es una película que merece la pena ver y me sorprende que no supiera nada de ella, pese a que es una coproducción franco/italo/española.
Calificación: ***
27/11/09
Natalie Wood
- Dulce pájaro de juventud
Natalie Wood es para mí un mito muy particular, pues varias de sus películas están entre las que más me emocionan. Citaré a bote pronto: Centauros del desierto, Rebelde sin causa, Esplendor en la yerba, West Side Story… y aunque haya varias más, ya son bastantes para evidenciar la enorme importancia de su presencia en el cine. Increíblemente pasó a un semi olvido prematuramente, ya antes de su muerte.
Y no digamos en la actualidad, donde apenas se la recuerda. Una injusticia incomprensible. Natalie Wood comenzó muy jovencita. ¡Y tan jovencita! Tenía cuatro añitos cuando salía sin acreditar en una peli cuyo título se me escapa ahora.
Pero cuando empieza su carrera realmente es a los nueve, en una película de George Seaton, un mediocre artesano que será recordado por ser el primer firmante de la saga Aeropuerto, película que abrió la etapa más fructífera del género de catástrofes, con un interminable desfile de personajes interpretados por infinidad de estrellas más o menos en decadencia. La película en la que Natalie Wood realmente comienza su carrera es así De ilusión también se vive.Realmente descubrí a Natalie en una de las tantas reposiciones en el cine de las oscarizada West Side Story, donde hacia una María/Julieta realmente conmovedora. Quise saber más de esta muchachita frágil y dulce con enormes ojos soñadores y procuré ver las más posibles de sus películas. En Centauros del desierto, otra de mis películas de cabecera, era una jovencita blanca que es raptada y educada por los indios y que cuando es rescatada por su tío (John Wayne), reniega de su raza y de su familia. Inmenso western e inmensa película, pero eso ya lo sabemos todos. Algunos años atrás había sido la compañera de James Dean en Rebelde sin causa, película que marcó a la juventud de los cincuenta y tras la cual florecieron los rebeldes -con o sin causa-, en el cine del mundo entero.
A Natalie Wood todavía le quedaba interpretar su película más representativa y la de mayor repercusión, West Side Story, para muchos –para mi, también- el mejor musical de todos los tiempos. Como a tantos y tantas, el paso de los años le hacía perder las señas de identidad por la que era reconocida y admirada en tantas películas: juventud, belleza inmaculada, rebeldía candorosa, dulzura… y no pudo pasar con nota el cambio a la madurez.
Con 43 años, semiolvidada y con problemas de depresión, cuando parecía que un nuevo proyecto la lanzaría de nuevo a la actualidad, murió accidentalmente mientras se bañaba en alta mar en el transcurso de un paseo en yate. Lo de que fue accidente todavía hoy es cuestionado, pero no hay pruebas de que pudiera haber sido otra cosa. Ah, la película se acabó sin que terminara de interpretar su personaje. El titulo: Proyecto Brainstorm.
Se casó dos veces con Robert Warner, al que conoció en el rodaje de Los jóvenes caníbales, de Michael Anderson. Natalie Wood, pese a que la industria parezca no darle ahora la importancia que tuvo en la década de los cincuenta y sesenta, no está injustamente olvidada por el público. Yo mismo como público doy fe de que tiene un rinconcito en mi corazón de cinéfilo.
25/11/09
2012
La naturaleza es sabia
No tiene demasiado sentido que me ponga a comentar aquí una película como 2012, a la que he acudido a ver por circunstancias de índole personal (alguien me ha arrastrado al cine y he ido a regañadientes) sabiendo –o temiendo- con lo iba a encontrarme. No surge la más mínima sorpresa y 2012 es exactamente lo que esperaba ver. Pero en fin... digamos algo.
Cuando uno va a ver una película de catástrofes es comprensible que lo que se busque en ellas sea esencialmente el entretenimiento y el impacto de sus imágenes sin exigirles demasiado a la historia y al dibujo de los personajes. Ambas cuestiones son en estos productos lo suficientemente secundarias como para perdonarles de buena gana que tengan un diseño descuidado y toda la atención se canalice a favor de conseguir el espectáculo de la forma más llamativa. De eso se trata. Pero algo hay que encontrar de coherente y creíble en los personajes y en las historias para desentendernos de ellos lo suficiente y centrarnos en lo esencial. Y lo esencial es impresionarnos con el espectáculo que nos muestran, pero sin tener la incómoda sensación de que te están tomando el pelo.
.
2012 cae en todos los tópicos y en todos los lugares y citas comunes al género. Algo lamentablemente habitual en estas películas, especialmente cuando están hechas en la cinematografía que más las prodiga. La misma que ha montado semejante espectáculo pirotécnico que, por muy logrado y realista que estén sus trucos y efectos digitales, llega a apabullar y a cansar. Más de dos horas y media de imágenes impactantes, realmente espectaculares, sí, pero cansinamente repetidas. Además están encajadas en una bobalicona historia mil veces vista.
La obsesionante recurrencia de centrar la acción en una familia con problemas que, a lo largo de ese proceso de dificultades vivido y padecido intentando sortear la catástrofe, acaba indisolublemente unida, es algo que merece todo un estudio aparte cuando se habla del género. Bueno, que la familia de marras acabe al final a salvo y cohesionada, es algo que me supongo, pues las casi dos horas y media de metraje me resultaron tan indigeribles que abandoné la sala cuando aún quedaba cierto trecho para llegar a al The End.
La obsesionante recurrencia de centrar la acción en una familia con problemas que, a lo largo de ese proceso de dificultades vivido y padecido intentando sortear la catástrofe, acaba indisolublemente unida, es algo que merece todo un estudio aparte cuando se habla del género. Bueno, que la familia de marras acabe al final a salvo y cohesionada, es algo que me supongo, pues las casi dos horas y media de metraje me resultaron tan indigeribles que abandoné la sala cuando aún quedaba cierto trecho para llegar a al The End.
El caos (aparte del capitoste que se monta en todo el globo terráqueo), acaba definitivamente engullendo también a los guionistas de la película. A ver: si estamos en el año 2012, se supone que el presidente de los Estados Unidos seguirá siendo Obama, a no ser que el cataclismo ocurra justo en el mes de Diciembre de dicho año. Pues no, señor, el presidente de los Estados Unidos es negro, eso sí, pero nada tiene que ver con el actual. Sin embargo, el gobernador del Estado de California sí que sigue siendo el culturista/actor Arnold Schwarzenegger. Y no quiero entrar en enumerar tantos y tantos tópicos y clichés que andan a sus anchas a lo lardo de toda la película, pues es que no acabaría… Mejor lo dejamos como está, corramos ya un tupido velo sobre 2012 y vayamos a otra cosa. Así nos ahorramos de angustiarnos si llegamos a creer que lo que se cuenta en la película puede ser verdad. ¡La que nos esperaría dentro de solo tres añitos!. Pero como la naturaleza es sabia, a lo peor es que ya toca cambiar el predominio de ciertas especies.
Calificación: *
23/11/09
Ann-Margret
La ingenua explosiva
Otro de mis mitos particulares es la espectacular Ann-Margret de los años 60. Esta canadiense de origen sueco adoptada por Hollywood desde muy jovencita tuvo una carrera fulgurante que, no obstante, no terminó de cuajar acorde con las expectativas que provocó en un principio. Apagados los encantos -más que notorios- de su primera juventud, su carrera fue decayendo.
En su recta final hubo amagos de reinserción a un cine más comprometido del que hizo hasta entonces, y en una imprevista actuación en la dramática Conocimiento carnal, de Mike Nichols, consiguió una nominación al óscar. Su carrera pareció dar un cambio de rumbo y la pudimos ver en más de una película dramática, pero no fue demasiado lejos por ese camino.
Por tanto, su carrera habría que valorarla principalmente por su etapa de sex-simbol. Su debut fue en un interesante remake que Frank Capra hizo de una anterior película suya . Sus compañeros de reparto fueron dos grandes del cine: nada menos que Bette Davis y Glenn Ford, aunque los dos iniciaban ya el declive de sus respectivas carreras. La película fue Un gangster para un milagro. Margret era muy jovencita, apenas una niña, y hacía de una muchachita que se educaba en un exclusivo colegio inglés, que le pagaba una madre supuestamente millonaria. En realidad su mamá era una mendiga de Nueva York que atesoraba sus limosnas para sufragar la buena educación de la chica, ignorante de la verdadera situación de su progenitora. La mendiga era una insólita Bette Davis.
Nada hacía prever en su debut la bomba de erotismo y vitalidad en que estaba a punto de estallar y... la bomba estalló en su siguiente película, Un beso para Birdie. En ella bailaba junto a un soso y atolondrado Dick Van Dike, el de Mary Poppins y Chitty Chitty, ¡Bang Bang!, al que se comía vivo ante las cámaras. En vista del potencial erótico/moderno/juvenil de la muchachita, se la emparejó a continuación nada menos que con Elvis Presley en ¡Viva las Vegas! Se habló de romance entre la pareja -para gran disgusto de la entonces esposa del rey del rock, Priscila-, aunque parece ser que todo fue un montaje para promocionar la película. Antes de intentar suerte en el cine dramático, tuvo tiempo de recorrer Madrid buscando ligue (o pareja), en otro remake.
Esta vez es Jean Negulesco quien repite dirección de un guión de una película suya anterior. Se trata de Tres monedas en la fuente/Creemos en el amor (tuvo dos títulos diferentes en España) que, ahora, se llamará En busca del amor. La primera versión transcurría en Roma y la segunda, como ya he dicho, en Madrid.
De su filmografía cabe destacar también, Tommy, ópera rock del histriónico Kenn Russell (mira que está olvidado hoy este director), por la que obtuvo su segunda nominación al óscar. A la medida que fue sumando años, su estrella se fue apagando y su última actuación, que yo sepa, fue hace muy poquitos años en una película para mayor lucimiento de Jennifer Aniston titulada Separados.
En su recta final hubo amagos de reinserción a un cine más comprometido del que hizo hasta entonces, y en una imprevista actuación en la dramática Conocimiento carnal, de Mike Nichols, consiguió una nominación al óscar. Su carrera pareció dar un cambio de rumbo y la pudimos ver en más de una película dramática, pero no fue demasiado lejos por ese camino.
Esta vez es Jean Negulesco quien repite dirección de un guión de una película suya anterior. Se trata de Tres monedas en la fuente/Creemos en el amor (tuvo dos títulos diferentes en España) que, ahora, se llamará En busca del amor. La primera versión transcurría en Roma y la segunda, como ya he dicho, en Madrid.
De su filmografía cabe destacar también, Tommy, ópera rock del histriónico Kenn Russell (mira que está olvidado hoy este director), por la que obtuvo su segunda nominación al óscar. A la medida que fue sumando años, su estrella se fue apagando y su última actuación, que yo sepa, fue hace muy poquitos años en una película para mayor lucimiento de Jennifer Aniston titulada Separados.
Su sex-appeal, su vitalidad y su perturbadora carnalidad, quedaron atrapados en el celuloide para deleite y regocijo de generaciones actuales y venideras.
20/11/09
El imaginario del Doctor Parnassus
El Doctor Fausto en el imaginario de Terry Gilliam
La tentación de traspasar el espejo puede resultar traumática.
Terry Gilliam se inspira para realizar El imaginario del Doctor Parnassus en el Fausto de Goethe, y se lanza a versionar el mito adaptándolo a su particular concepción ontológica, recreándolo en el inconfundible imaginario de su particular universo visual. Barroquismo y fantasía conceptual en una borrachera de imágenes alucinadas que, si no se va al cine preparado para lo que se va a ver, pueden desconcertar al espectador ajeno al particular mundo creativo en que el director de Las aventuras del Barón de Munchausen suele complacerse (y complacernos) en cada una de sus películas.
Barroquismo surrealista, tambien el el cartel.
Surrealismo naïf (Alejandra Salgado, Argentina), que evoca ciertos espacios oníricos de la película.
Pase y atrévase a conocer otros universos.
Terry Gilliam se inspira para realizar El imaginario del Doctor Parnassus en el Fausto de Goethe, y se lanza a versionar el mito adaptándolo a su particular concepción ontológica, recreándolo en el inconfundible imaginario de su particular universo visual. Barroquismo y fantasía conceptual en una borrachera de imágenes alucinadas que, si no se va al cine preparado para lo que se va a ver, pueden desconcertar al espectador ajeno al particular mundo creativo en que el director de Las aventuras del Barón de Munchausen suele complacerse (y complacernos) en cada una de sus películas.
Desconcierto nada probable para los que conocen (o conocemos) mínimamente su obra, pero que sí puede producirse en las nuevas hornadas de espectadores más jóvenes que han entrado en contacto por primera vez con el autor de Brazil. Cuando opinamos sobre alguna película (y digo película porque es el tema que nos ocupa y la razón de existir de este blog, pero ocurre con cualquier otro tema) damos por sentado que todos los que nos escuchan o nos leen conocen al dedillo al autor y a su obra, pero en la mayoría de los casos no es así, ni siquiera con los que nos atrevemos a opinar, a veces, probablemente y en muchos casos con la pedante pretensión de sentar cátedra.
El tentador anacronismo de la fachada desde la que Parnassus invita a los escépticos e indecisos mirones.
El tentador anacronismo de la fachada desde la que Parnassus invita a los escépticos e indecisos mirones.
El imaginario del Doctor Parnassus es una película fuera de contexto en el grueso de la producción cinematográfica actual y Terry Gilliam es un out sider que sigue fiel a su estilo y a sus intereses creativos sin importarle desentonar. Sabe, por suerte, que tiene su público y que es muy respetado por la crítica. Ambas cosas seguramente le importan un comino y él va a lo suyo, pero es así, por suerte para él y para nosotros sus admiradores. Hay en El imaginario del Doctor Parnassus, al menos yo creo verlo, un paralelismo a estas reflexiones. El carromato de feria del Doctor Fausto (perdón, Parnassus) simboliza ese concepto de arte considerado demodé y el público que se detiene ante su anacrónica fachada/escenario lo hace para constatar, en un principio, que aquello debe ser antropología cuaternaria. Lo es, en la lectura lineal de la narración, pero cuando los esfuerzos de los actores por retener al reticente y desconsiderado público dan sus frutos, queda en evidencia que ese concepto de arte puede seguir interesando todavía: los espectadores que se atreven a entrar en el juego salen indemnes de al otro lado del espejo y altamente satisfechos, eso podemos entenderlo así sin importarnos el que la primera lectura de las imágenes sea de otra índole.
Surrealismo naïf (Alejandra Salgado, Argentina), que evoca ciertos espacios oníricos de la película.
Hechas estas disquisiciones al margen del meollo habitual de lo que perseguimos al comentar una película, El imaginario del Doctor Parnassus, sin ser una obra redonda, sí que tiene cantidad de hallazgos que hacen que la considere como una de las películas que más me han gustado en bastante tiempo. Por lo pronto resulta apasionante el juego que Terry Gilliam entabla con conceptos, obras artísticas y creadores en una amalgama en la que hace guiños y citas, fagotizándolo todo en una obra que puede calificarse de absolutamente propia y personal. Las referencias a otros artistas son más que evidentes.
Pase y atrévase a conocer otros universos.
El mito de Fausto tamizado por el barroquismo surrealista de Gilliam. Hay además apotarciones tomadas de, por ejemplo, Dalí, Edgar Ende y su hijo, Michael Ende, cuya obra La historia interminable fue tan bien entendida e imaginada por un inspirado Wolfgang Petersen cuando la trasladó al cine. Pero no sólo podemos vislumbrar estas influencias. Las referencias a Lewis Carroll y a su Alicia son obvias y hasta las de la imaginería (las palabras imaginario o imaginería no pueden resultar en éste comentario redundantes, sino más bien significativas) del universo visual y creativo de una película tan mítica como El mago de Oz.
Fausto/Parnassus resistiendo los embites de MefistótelesDesisto de hablar de los actores que trabajan, del papel que cada uno hace y del por qué lo hace. Para eso ya están casi todos los demás artículos que podemos encontrar en cualquier soporte informativo que hable de El imaginario de Doctor Parnassus y me da grima ser redundante o mimético.
Calificación: ***
18/11/09
Alain Delon
Desde Francia con amor
Alain Delon es un mito viviente. Cierto que, más que por sus cualidades interpretativas, que las tenía, su fama se la debe a su físico y al haber tenido la suerte de que varios de los mayores genios de la creación cinematográfica le confiaran en sus inicios papeles maravillosos en películas extraordinarias. Después vivió de las rentas. De las rentas de su popularidad, claro, pues me refiero a su carrera y no a su cartera. Delon era un muchacho corriente y moliente que se ganaba la vida de camarero, albañil, carnicero… y hasta de soldado remunerado. Por casualidad, se vio paseando por las calles de Cannes.
Alain Delon es un mito viviente. Cierto que, más que por sus cualidades interpretativas, que las tenía, su fama se la debe a su físico y al haber tenido la suerte de que varios de los mayores genios de la creación cinematográfica le confiaran en sus inicios papeles maravillosos en películas extraordinarias. Después vivió de las rentas. De las rentas de su popularidad, claro, pues me refiero a su carrera y no a su cartera. Delon era un muchacho corriente y moliente que se ganaba la vida de camarero, albañil, carnicero… y hasta de soldado remunerado. Por casualidad, se vio paseando por las calles de Cannes.
Un amigo lo arrastró allí, convenciéndolo de que era el lugar ideal para ligar y pasárselo pipa. Llegó en los días en que se celebraba el famoso festival de cine y se encontró en medio de un enjambre de rostros famosos y cuerpos diez, entre los que él mismo no desentonaba en absoluto. Más de un cazatalentos se le acercó para interesarse por su carrera: “no soy actor”. Y más de una muchachita le pidió autógrafo creyendo que era una de las tantas celebridades del celuloide que por allí pululaban. “Que nooo…, que sólo soy un camarerooo”… respondía.
Cuando ya apenas se le echaba de menos en las pantallas y se le recordaba como uno de los mitos más representativos del cine de los sesenta, aparece como un César un bastante paródico en Astérix en los Juegos Olímpicos, en cuyo rodaje dejó constancia de su agrio carácter, de su divismo trasnochado y… de la evidencia de que quien tuvo, retuvo. A sus setenta y pico de años, las damas maduras –o madurísimas- volvieron a suspirar al verle de nuevo en las pantallas.
No es probable que a estas alturas de cualquier biografía, el personaje de un nuevo campanazo, por lo que habrá que admitir que la trayectoria de Alain Delon está finiquitada, al menos en lo artístico. Sus largos setenta años y su modo de vida más bien heterodoxo no permiten que abriguemos esperanzas de un nuevo y auténtico resurgir. Y qué. Las películas que hizo están ahí para que todos los que lo admiramos -y lo envidiamos-, además de las nuevas hornadas de espectadores que accedan a sus películas, podamos disfrutar de su atractivo como de su talento. Que cada cual se quede con lo que más le guste.
Se planteó el por qué no decir sí a alguna de las ofertas que le hicieron de salir en una película y al año siguiente ya se pudo ver en Amoríos, una plúmbea superproducción a mayor gloria de la estrella del momento en Francia, Micheline Presle. En la película salía también una muchacha llamada Romy Schneider, que acababa de salir de un súper éxito llamado Sissi, y que intentaba abrirse hueco como actriz “de verdad” en el cine francés. Las tórridas y conflictivas relaciones entre la futura pareja aun no se vislumbraban.
La siguiente película que interpreta lo lanza hacia lo más alto del cine mundial. Es nada menos que el protagonista de una adaptación de El talento de Mr. Ripley, de Paricia Highsmith que se llamó A pleno sol, dirigida por René Clèment. Hace muy pocos años, el malogrado Anthony Minguella hizo un remake con Matt Damon y Jude Law como protagonistas, que, si bien es una muy digna película, no llega a la suela de los zapatos de la de Delon/Clèment.
A partir de ahí, las mujeres lo adoran y los hombres le envidian y… le imitan. Lo consideran el paradigma de la belleza y del atractivo masculinos, y su más que convincente trabajo como Ripley no pasa desapercibido para el director italiano Luchino Visconti, que lo requiere para su próximo proyecto, una cuasi confesada versión a la italiana de una película española que por entonces subyuga a la crítica europea: Surcos, de J.A. Nieves-Conde. La película en cuestión es nada menos que Rocco y sus hermanos.
Es su oportunidad de oro, y también la de una muchachita recién llegada a Italia, procedente de Túnez, que se llama Claudia Cardinale. Ambos llegan a tocar el cielo cuando, de nuevo, Visconti los reúne junto a Burt Lancaster (ahora ya como protagonistas indiscutibles junto al actor americano) en ese sensacional fresco histórico que fue El gatopardo. Aunque la Cardinale llevó una carrera más duradera y prestigiosa, que apenas tuvo altibajos artísticos, Delon , tras una fructífera década que más o menos acaba con las Historias extraordinarias de Roger Vadim/ Louis Malle/Federico Fellini. Terminada la década de los sesenta, su estrella decae y en su filmografía se acumulan demasiados tropiezos. Eso, unido a su evidente deterioro físico (¡ay... la edad!) y a su controvertida vida privada, provoca que el cine se vaya olvidando de Delon y Delon se vaya olvidando del cine. Cuando ya apenas se le echaba de menos en las pantallas y se le recordaba como uno de los mitos más representativos del cine de los sesenta, aparece como un César un bastante paródico en Astérix en los Juegos Olímpicos, en cuyo rodaje dejó constancia de su agrio carácter, de su divismo trasnochado y… de la evidencia de que quien tuvo, retuvo. A sus setenta y pico de años, las damas maduras –o madurísimas- volvieron a suspirar al verle de nuevo en las pantallas.
No es probable que a estas alturas de cualquier biografía, el personaje de un nuevo campanazo, por lo que habrá que admitir que la trayectoria de Alain Delon está finiquitada, al menos en lo artístico. Sus largos setenta años y su modo de vida más bien heterodoxo no permiten que abriguemos esperanzas de un nuevo y auténtico resurgir. Y qué. Las películas que hizo están ahí para que todos los que lo admiramos -y lo envidiamos-, además de las nuevas hornadas de espectadores que accedan a sus películas, podamos disfrutar de su atractivo como de su talento. Que cada cual se quede con lo que más le guste.
15/11/09
Triage
Heridas de guerra
Triage, la segunda película de Danis Tanovic sobre los avatares y consecuencias de un conflicto bélico tras En tierra de nadie, con la consiguió el óscar a la mejor película extranjera, vuelve sobre el sinsentido y el drama de las guerras y las cicatrices y traumas que pueden dejar en las personas y en los pueblos. Pero hay diferencias sustanciales en ambas películas y el balance de los resultados es favorable a En tierra de nadie, en apariencia (sólo en apariencia) mucho menos ambiciosa en su intenciones, y concebida con menos pretenciosidad autoral. En tierra de nadie contaba con un cierto tono sarcástico y humorístico que la acercaba más fácilmente al espectador. Triage abusa de la solemnidad y apuesta por encajar su mensaje revistiéndolo de trascendencia y eso pone al descubierto sus limitaciones. Lo que no pasaba con En tierra de nadie gracias a su apuesta por un humor sutil y por evitar darle a su discurso la gravedad en que sí cae Triage.
Triage (eludo explicar aquí el significado del título, ya lo sabrá el futuro espectador si no lo ha leído por ahí) es una película ambigua que nada entre dos aguas sin saber a qué orilla arribar, si a la de la crónica de unos conflictos bélicos /históricos (aquí estamos en la primera guerra de Irak) vistos a través de los ojos de un periodista de guerra (recordemos obras de altura sobre el tema tales como El año que vivimos peligrosamente o Los gritos del silencio), o si centrarse sobre el estudio intimista de un problema personal de orden psicológico y de complejos de culpabilidad, de interpretación psicoanalítica (como ocurría en, por ejemplo, Recuerda). Triage, al decantarse al fin por esto último, pierde la oportunidad de conseguir ser una buena película bélica sobre las consecuencias de las guerras en los hombres que las viven desde la primera línea del frente. No estamos, por supuesto, ante un Samuel Fuller ni ante el Spielberg de Salvad al soldado Ryan, pese a que las secuencias que transcurren en el frente son las más poderosas de la película y las únicas que resultan verdaderamente convincentes.
Triage hace aguas cuando la acción se traslada a la Irlanda natal del personaje principal (Colin Farrell) y, desde entonces, la película se convierte en otra cosa. Se trata de encontrar la verdad que se esconde en el comportamiento torturado de un fotógrafo de guerra que vuelve a casa con un probable terrible secreto que no es capaz de asumir ante los demás ni ante sí mismo. La convención se apodera ahora de la película y sólo emerge de la mediocridad y del tedio en momentos muy puntuales, principalmente con la aparición en escena del personaje de Christopher Lee (chocante elección para encarnar a un psiquiatra español), que tiene a su cargo la mejor secuencia al respecto, la que resume las intenciones discursivas de la película, en un emocionante monólogo, intentado hacer entender al personaje de Paz Vega, su nieta, el comportamiento que tuvo como psiquiatra en la España franquista de los primeros años de la postguerra civil. Triage tiene un final precipitado y acomodaticio, falsamente feliz, a la manera de un rompecabezas satisfactoriamente resuelto, lo que le resta a la parte más intimista, en realidad la que más le interesa al director, mucha de la fuerza y la emotividad que sí se consiguen en las secuencias que transcurren en pleno campo de batalla, en el Kurdistán, lo que hace que esta parte del relato quede en el conjunto como un elemento bastante secundario en la historia. Triage queda así como una película fallida, que desaprovecha la opción que más juego hubiera dado, la del campo de batalla en el Kurdistán. Al menos es para lo que parece que esté más capacitado el director de En tierra de nadie, al que habrá que dar un margen de confianza para ver qué es lo que nos ofrece en su más que probable tercera película, puesto que, parece ser, está preparando un nuevo proyecto.
No quiero entrar a comentar la forma en que están vistos los personajes españoles, en especial el de Paz Vega, caracterizada como la típica española de postal. Sólo le falta que se llame Carmen… como ya se llamó en la película homónima de Vicente Aranda. Pero no se elude el tópico: ya le ponen ese nombrecito a su madre.
Sí que quisiera decir algo sobre los increíblemente auténticos y hermosos que resultas los paisajes y localizaciones que se utilizan para las secuencias de guerra en el Kurdistán. Son paisajes alicantinos que están a muy escasos kilómetros de los estudios Ciudad de la Luz, en donde se han rodados también todos los interiores. Pasa igual con los paisajes africanos de las secuencias que transcurren en ese continente. Ambas localizaciones están separadas una de otra por escasos treinta kilómetros, lo que evidencia la gran riqueza paisajística de la provincia alicantina, complemento imprescindible para atraer amplitud de proyectos a los estudios Ciudad de la Luz. Su privilegiada geografía facilita enormemente los rodajes en ellos de cualquier tipo de películas.
Triage (eludo explicar aquí el significado del título, ya lo sabrá el futuro espectador si no lo ha leído por ahí) es una película ambigua que nada entre dos aguas sin saber a qué orilla arribar, si a la de la crónica de unos conflictos bélicos /históricos (aquí estamos en la primera guerra de Irak) vistos a través de los ojos de un periodista de guerra (recordemos obras de altura sobre el tema tales como El año que vivimos peligrosamente o Los gritos del silencio), o si centrarse sobre el estudio intimista de un problema personal de orden psicológico y de complejos de culpabilidad, de interpretación psicoanalítica (como ocurría en, por ejemplo, Recuerda). Triage, al decantarse al fin por esto último, pierde la oportunidad de conseguir ser una buena película bélica sobre las consecuencias de las guerras en los hombres que las viven desde la primera línea del frente. No estamos, por supuesto, ante un Samuel Fuller ni ante el Spielberg de Salvad al soldado Ryan, pese a que las secuencias que transcurren en el frente son las más poderosas de la película y las únicas que resultan verdaderamente convincentes.
Triage hace aguas cuando la acción se traslada a la Irlanda natal del personaje principal (Colin Farrell) y, desde entonces, la película se convierte en otra cosa. Se trata de encontrar la verdad que se esconde en el comportamiento torturado de un fotógrafo de guerra que vuelve a casa con un probable terrible secreto que no es capaz de asumir ante los demás ni ante sí mismo. La convención se apodera ahora de la película y sólo emerge de la mediocridad y del tedio en momentos muy puntuales, principalmente con la aparición en escena del personaje de Christopher Lee (chocante elección para encarnar a un psiquiatra español), que tiene a su cargo la mejor secuencia al respecto, la que resume las intenciones discursivas de la película, en un emocionante monólogo, intentado hacer entender al personaje de Paz Vega, su nieta, el comportamiento que tuvo como psiquiatra en la España franquista de los primeros años de la postguerra civil. Triage tiene un final precipitado y acomodaticio, falsamente feliz, a la manera de un rompecabezas satisfactoriamente resuelto, lo que le resta a la parte más intimista, en realidad la que más le interesa al director, mucha de la fuerza y la emotividad que sí se consiguen en las secuencias que transcurren en pleno campo de batalla, en el Kurdistán, lo que hace que esta parte del relato quede en el conjunto como un elemento bastante secundario en la historia. Triage queda así como una película fallida, que desaprovecha la opción que más juego hubiera dado, la del campo de batalla en el Kurdistán. Al menos es para lo que parece que esté más capacitado el director de En tierra de nadie, al que habrá que dar un margen de confianza para ver qué es lo que nos ofrece en su más que probable tercera película, puesto que, parece ser, está preparando un nuevo proyecto.
No quiero entrar a comentar la forma en que están vistos los personajes españoles, en especial el de Paz Vega, caracterizada como la típica española de postal. Sólo le falta que se llame Carmen… como ya se llamó en la película homónima de Vicente Aranda. Pero no se elude el tópico: ya le ponen ese nombrecito a su madre.
Sí que quisiera decir algo sobre los increíblemente auténticos y hermosos que resultas los paisajes y localizaciones que se utilizan para las secuencias de guerra en el Kurdistán. Son paisajes alicantinos que están a muy escasos kilómetros de los estudios Ciudad de la Luz, en donde se han rodados también todos los interiores. Pasa igual con los paisajes africanos de las secuencias que transcurren en ese continente. Ambas localizaciones están separadas una de otra por escasos treinta kilómetros, lo que evidencia la gran riqueza paisajística de la provincia alicantina, complemento imprescindible para atraer amplitud de proyectos a los estudios Ciudad de la Luz. Su privilegiada geografía facilita enormemente los rodajes en ellos de cualquier tipo de películas.
Y para terminar, quiero mencionar especialmente la actuación de un actor alicantino, Álex Spijksma, que hace de un jefe de guerrilla kurdo al que aporta una fuerte presecia y un poderoso magnetismo que, cuando aparece en pantalla, no pasa desapercibido pese a estar en un discreto segundo plano.
Calificación: **
13/11/09
Grace Kelly
El Cisne de la Alta Sociedad
Grace Kelly es un caso aparte en la mitología general de todos, pues pasó de artista a princesa como si su historia de una historia de celuloide se tratara. En realidad nunca anduvo muy lejos de la realeza, no ya porque procediera de una familia riquísima y disfrutara de una educación exquisita labrada en los mejores colegios de los Estados Unidos, su país, sino que, por su natural majestad, elegancia y distinción, fue siempre considerada “de alta clase”. Obsérvese el entrecomillado, pues ello nos lleva al título de una de sus películas, la "premonitoria", Alta sociedad, ya fue lo que acabó siendo su destino en la vida real.
"James, ya me duele el costado de esperar. O te decides a regalarme el anillo de casada, o voy a robar el de aquella señora de la ventana de enfrente... o me busco un príncipe. Tú veras".
Significativamente, en su corta filmografía nos podemos encontrar con otro título tan contundente y definitorio de su estilo y de su destino como El Cisne. Y fue una película tan premonitoria, que hacía un papel casi clavado al que, de forma inminente, le tocaría interpretar en la vida real. Pero bueno, no se trata de que escriba ahora su biografía, tan conocida de todos, ni de hacer una crónica periodística. Más bien se trata de intentar expresar las emociones que me provocan las películas (su presencia en ellas) de la que es uno de mis mitos más particulares de toda la historia del cine.
No soy demasiado original, pues para cualquiera -sea o no sea mitómano-, Grace Kelly es tan fascinante como estrella del cine como fascinante fue su personaje en la vida real. Descubrí a la rubia más hierática del cine en la película de Alfred Hitchcock La ventana indiscreta, donde era la novia de L. B. Jeffries (James Stewart), un fotógrafo accidentado que hacía las cosas que todos sabemos que hacía, pues todos hemos visto la película.
Pero Grace Kelly se me reveló como una princesa muy diferente a la que yo veía en las revistas y los telediarios. La majestad, clase y distinción (que ya le conocía a través de los medios informativos, en los que siguió siendo tan estrella, o más, que cuando hacía películas), me aparecieron contaminadas por una plebeya carnalidad y por un erotismo provocador. Un explosivo combinado, capaz de perturbarme sin que supiera exactamente el por qué. Además, era una estupenda actriz en una extraordinaria película. Los rifirrafes con Alfred Hitchcock -su particular míster Higgins- , empeñado en tratarla como a una Elisa Dolitte cualquiera (a ella, que rezumaba señorío y majestad a raudales), con derecho a educación y a toqueteo, la llevaron a desentenderse de su carrera cinematográfica y no desaprovechó la ocasión que le brindó un príncipe, casi de opereta, y se apresuró a cumplir con el destino que le marcaba su majestuosidad. Se convirtió ipso facto en dueña y señora de un principado. Corta se quedó, pues de proponérselo, muy bien hubiera podido conseguir un reino.
Pero Grace Kelly se me reveló como una princesa muy diferente a la que yo veía en las revistas y los telediarios. La majestad, clase y distinción (que ya le conocía a través de los medios informativos, en los que siguió siendo tan estrella, o más, que cuando hacía películas), me aparecieron contaminadas por una plebeya carnalidad y por un erotismo provocador. Un explosivo combinado, capaz de perturbarme sin que supiera exactamente el por qué. Además, era una estupenda actriz en una extraordinaria película. Los rifirrafes con Alfred Hitchcock -su particular míster Higgins- , empeñado en tratarla como a una Elisa Dolitte cualquiera (a ella, que rezumaba señorío y majestad a raudales), con derecho a educación y a toqueteo, la llevaron a desentenderse de su carrera cinematográfica y no desaprovechó la ocasión que le brindó un príncipe, casi de opereta, y se apresuró a cumplir con el destino que le marcaba su majestuosidad. Se convirtió ipso facto en dueña y señora de un principado. Corta se quedó, pues de proponérselo, muy bien hubiera podido conseguir un reino.
Reina ya lo fue en la mitología de millones de aficionados al cine. Quiso volver a ser plebeya por un día cuando aceptó la propuesta de volver al cine. Añoraba sin duda el glamur hollywoodiense, mucho más mundano y divertido que el glamur de los jardines de palacio, y dijo sí al señor Hichtcock que le ofreció ser Marnie, la ladrona compulsiva que logra llevarse al huerto nada menos que al mismísimo James Bond.
No se lo permitió su príncipe, que era quien mandaba en palacio, lo que le agradeció eternamente la suegra de Antonio Banderas. O no. La señora Tippi Hedren cuenta y no para de los acosos y sevicias a que fue sometida por el mago del suspense por no permitir tocamientos improcedentes. Pero esa ya es otra historia.
Y la que sigue, referida a la estrella de éste comentario informal pero sentido y expresado con íntimo respeto, es de todos conocida. Mejor lo dejamos aquí, pues ni me gustan las historias tristes, ni es la que hubiéramos querido como final para tan señorial dama del cine, ni para tan cinematográfica princesa.
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