Donde viven los monstruos contaba para su filmación con un presupuesto de ochenta millones de dólares que tuvieron que ser ampliados a cien. Jonze se enfrentaba aquí a su primera película cara, pero el resultado final no lo aparenta. La sombra de cine indie planea sobre la película y habrá que pensar que es la estética que el director elige, la característica que más lo identifica en la película, aparte de algún otro detalle como por ejemplo las secuencias donde Max tiene que esconderse en el estómago de KW y casi acaba digerido entre sus jugos gástricos. El diseño de los monstruos es casi literal al de los grabados del libro, pero cuentan con el inconveniente de que, al no estar realizados recurriendo a técnica de animación digital (Jonze se atiene a las formas clásicas y los muñecos son actores dentro de un disfraz o artilugios mecanizados), el realismo visual que define la película se desmarca del perfeccionismo de las imágenes digitalizadas a que el cine ya nos tiene acostumbrados. Spike Jonce prefiere entroncar su propuesta con el diseño y la grafía que Sendak utiliza para el libro lo que, en mi opinión, es una muestra más del meticuloso respeto hacia el relato original con el que aborda la película, olvidándose de divismos y eludiendo ponerse en primer plano dejando todo protagonismo al relato. Que el estilo Jonze no lo veamos en primera instancia de la narración no quiere decir que no se proyecte detrás de esa primera lectura de las imágenes. El resultado global es muy estimulante y, a mi entender, es una muestra más de que para nada estamos ante un director estrella y que Jonze relega su propio estilo a favor del trabajo que aborda. Donde viven los monstruos es un prodigio de sencillez y de inteligencia narrativa, donde la sensibilidad y la reflexión son los verdaderos protagonistas. Quiero obviar hablar del argumento (casi todos, niños o no tan niños, lo conocemos, y los que no lo conocen, basta con que se asomen a una cualquiera de tantas críticas que lo detallan). Relego también hablar de los actores (algunos con personaje real y otros dando vida con su voz a los muñecos) que tienen un peso muy leve en la película. El verdadero y único protagonista es el chiquillo que interpreta a Max, un prodigio de naturalizad y de encanto, que está absolutamente conmovedor. Difícilmente se podría haber encontrado a otro niño más convincente
. Donde viven los monstruos es una película excepcional con apariencia de sencilla. Algún espectador se desconcertará al no encontrarse con aparatosos efectos especiales y creerá que el clasicismo, casi anacrónico, con que ha sido realizada la película y han sido recreados visualmente los personajes, es pobreza de medios y falta de imaginación. Hay que ser muy miope para no encontrar en la aparente sencillez de Donde viven los monstruos la impronta de un cineasta dotado de una sensibilidad fuera de lo común y de una inteligente concepción en la forma de abordar una historia que no le está pidiendo a él el protagonismo. No se lo concede a sí mismo y, paradójicamente, esa modestia lo pone en el primer plano de atención en esta inusual película que, me temo, no va a ser adecuadamente comprendida (tampoco esta vez) por el gran público. Ese que acude a las salas de cine cargado de palomitas y de niños en cuanto llegan las navidades buscando otro tipo de entretenimiento. Ojalá me equivoque.
Calificación: ****