El amor tiene fecha de caducidadAyer domingo me fui al cine a un centro comercial sin mirar la cartelera dispuesto a ver lo que mejor coincidiera con mis gustos y con el horario de que disponía. Sí, ya sé que viviendo en una zona con tantas playas y con tantas ofertas de ocio (aunque por la tarde, ya me dirás) es casi un sacrilegio meterse en una sala oscura sin que haya de por medio una causa mayor que lo justifique. Por ejemplo, que sea el último día de proyección de alguna película imprescindible, lo que no es el caso. Creo que no he dicho que mi centro de operaciones está en Alicante, un lugar que consideraría ideal para vivir si no fuera porque sólo nos traen el cine más comercial –algunas veces eso coincide con la calidad- y el cine más rutinario y prescindible. Sólo de vez en cuando los programadores se despistan y dejan caer alguna cosilla de forma imprevista, aunque me huelo que mucho tendrá que ver la obligatoriedad (o la conveniencia) de proyectar todo el lote de películas comprometido. Antes teníamos unos minicines de dos salitas, los Astoria, que de alguna forma compensaban esa carencia de cine alternativo de calidad. Pero hace escasamente unos meses volvieron a cerrar por enésima vez tras el enésimo intento de sacar adelante esas salitas y su quimérico proyecto de dotar a la ciudad del cine que las grandes cadenas de proyección desprecian. De todos modos no me creo que su cierre sea por fin el definitivo y espero que el empresario vuelva a encontrar una fórmula de que les permita seguir vivos y aportando a la ciudad parte de esas películas que desprecian las grandes superficies. De ilusión también se vive, como rezaba el título de aquella película de los años cuarenta en la que un disfrazado Edmund Gwenn alegraba las navidades de una niñita encantadora llamada Natalie Wood asegurándole que era él el auténtico Santa Claus.
A lo que iba, una vez en la entrada de los maxicines, y escrutando los carteles de las pelis que se ofertan, me decido por la que anuncia un título que me parece horroroso: Ex. Qué despliegue de creatividad e imaginación tienen los que deciden qué título poner y qué cartel elegir. Sí: uno puede acordarse de ET, que también se las trae el titulito, y argumentar que que fue un gran éxito; pero no olvidemos que a lo de ET le seguía aquello de El extraterrestre y eso sí que ya es otra cosa. En fin, que como no veía desde tropecientos una película italiana, me dije que era una buena oportunidad para ver una pequeña muestra de lo que se puede estar haciendo ahora en el que fuera el país de Europa (quizás del mundo) que más influía en el cine americano de los cincuenta.La sorpresa que me llevé fue bastante más que estimulante, pues pasé casi dos horas de sana diversión viendo una inteligente caricatura de las costumbres y usos de hoy en torno a la pareja, la familia, y las relaciones sociales. La película se estructura de forma no muy original –ya lo hemos visto muchas veces- aunque siempre he pensado que esos guiones en que hay cantidad de personajes con sus pequeñas o grandes historia que al final convergen y se interrelacionan son muy difíciles de construir. Hay veces que se consiguen grandes películas. Ahora mismo me viene a la cabeza el cine de Robert Alltman y la extraordinaria película de Paul Haggis Crash. No es que EX vaya de ese tipo de cine, pero sí de ese tipo de estructura y aquí lo que prima es la sátira y la comedia, géneros que han dado tantos títulos gloriosos al cine italiano.
Bueno, que recomiendo ver EX si lo que se busca es divertirse con una sana e inteligente película que tiene diálogos y situaciones desternillantes, que se ríe de los usos y costumbres de la sociedad de este momento, y que apuesta por un retrato positivo y desdramatizado de nuestras grandes y pequeñas miserias, sin dejar de aportar una porción de romanticismo y ternura muy alejados de la gazmoñería y del empalago. Una gozada de película. Es una lástima que en nuestra propia casa, en Europa, seamos tan indiferentes al cine que hacemos y no conozcamos ni el de nuestros países hermanos. Bueno, podría poner también nuestros países vecinos, pero Europa es en mi corazón una gran nación de la que cada país en un Estado, haciendo el símil de referencia obligada con los Estados Unidos de América. Prometo distribuir mi tiempo y mi presupuesto atendiendo más a menudo de lo que hago al poco cine europeo que nos permiten ver aquí, en España.
Bueno, que recomiendo ver EX si lo que se busca es divertirse con una sana e inteligente película que tiene diálogos y situaciones desternillantes, que se ríe de los usos y costumbres de la sociedad de este momento, y que apuesta por un retrato positivo y desdramatizado de nuestras grandes y pequeñas miserias, sin dejar de aportar una porción de romanticismo y ternura muy alejados de la gazmoñería y del empalago. Una gozada de película. Es una lástima que en nuestra propia casa, en Europa, seamos tan indiferentes al cine que hacemos y no conozcamos ni el de nuestros países hermanos. Bueno, podría poner también nuestros países vecinos, pero Europa es en mi corazón una gran nación de la que cada país en un Estado, haciendo el símil de referencia obligada con los Estados Unidos de América. Prometo distribuir mi tiempo y mi presupuesto atendiendo más a menudo de lo que hago al poco cine europeo que nos permiten ver aquí, en España. Calificación: ***


Estamos ante una película río (pequeñito más bien) que narra la peripecia matrimonial de una humilde mujer que asciende en la sociedad mexicana de la primera mitad del XX gracias a que se enamora de ella un militar maduro, con todos los atributos del machismo reaccionario/fascista, brutal y manipulador, que asciende en lo social y lo político a base transgredir cualquier ética y cualquier principio. En el camino de esta relación a lo más alto, con principio y final, la protagonista va evolucionando desde la pureza integral de sus 16 años a la mujer fuerte y calculadora que acaba siendo al final de su aventura dejando en ese itinerario jirones de sí misma.
Hay que reconocerle a la película un acabado formal impecable y se nota que ha sido rodada con más medios de los habituales en una película sudamericana. La recreación de la época está lograda, la dirección es correcta, los actores, competentes, pero… La película adolece de una frialdad y un distanciamiento que mantiene al espectador en un estado de espera (creemos que alzará el vuelo de un momento a otro) pero en esa espera llegamos al final con la sensación de haber perdido el tiempo. Una pena, pues había material para un espectáculo con sustancia. El guión, basado en una novela de la periodista y escritora mexicana Ángeles Mastretta (en el que ella misma ha colaborado) es de un clasicismo rutinario y la dirección de Roberto Sneider (?) es más rutinaria todavía. Hay unos actores que elevan la sensación de deja vú del conjunto, especialmente Daniel Jiménez Cacho y Ana Claudia Talancón, con una química notable a pesar de la diferencia de edad entre ambos; no ocrre lo mismo en sus escenas con el galán de la función, José María de Taviria. La fotografía del español Javier Aguirresarobe no aporta nada al currículum del genial retratista de películas tan espléndidas visualmente como Mar adentro o Los otros. Más bien lo contrario. Puede verse si no se tiene nada mejor que hacer.
Jean Bécker, tras la estupenda y exitosa Conversaciones con mi jardinero, vuelve a darnos una nueva lección de buen hacer y de bien contar. Por supuesto, la película es coherente con el discurso de su filmografía, y las crisis de sus acomodados personajes se exponen desde una filosofía de que cuanto más logros sociales, más frustración, y de que “la alegría está en el campo” (es el título de una de sus películas, como sabemos, tiene otra película con título demasiado revelador como para que lo diga aquí) y a él recurre en una desesperada escapada en busca de los orígenes, del padre perdido en la infancia, cuya recuperación es urgentísima. Quizás las reacciones de Antoine no sean tan irracionales como nos parecen y todo tenga una explicación y un sentido. El grito que lanza a su entorno (¡dejad de quererme!), puede que acabe entendiéndose.
La irritación que el personaje nos produce va dando paso a la emoción y al sentimiento gracias a la habilísima dirección de un Jean Bécker que avanza en cada una de sus películas. Aquí juega con nuestros sentimientos sin que se pueda decir que se nos engaña. Se nos da y se nos ocultan datos, pero no hay trampa, sino habilidad para decir las cosas cuando hay que decirlas y asestar el golpe emocional en el momento justo. Lo consigue y en el tramo final nos reconcilia con el personaje y hace que nos sentamos estúpidos por no haber caído antes en la cuenta de las razones de su comportamiento y acabamos queriéndole como sus compañeros, sus amigos y su familia le querían y le siguen queriendo. La emoción en estado puro, que tiene como broche de oro la voz de Serge Regiani interpretando una canción que nos pone los pelos de punta y cuyo título no voy a decir por precaución. 

El amor y el compromiso, la universalidad de cuestiones fundamentales de la existencia, del ser humano, la constatación de que las barreras culturales y políticas no son obstáculo para el reconocimeinto entre las personas.
Funny Games nos obliga a participar en el horror que nos muestra y nos hace cómplices del mismo muy a nuestro pesar. Recursos como dirigirse al espectador y rebobinar la acción para modificarla, son muestras más que evidentes de que Haneke juega con desparpajo con el espectador como un gato satisfecho jugaría con un puñado de ratoncitos: nos deja corretear esperanzados por nuestras conciencias y por nuestros sentimientos en busca de coartadas para, en el momento más imprevisto, darnos un zarpazo. Cuando nos agobia hasta la exasperación y nos conduce a un respiro… ¡zas!, Haneke da un golpe de timón a la narración y nos suelta un nuevo estacazo. Esto no hay quien lo aguante, yo me voy, pensamos… De hecho muchos se van pero otros nos quedamos. Quizás con la esperanza de que más adelante el director descargue la tensión de nuestra mala conciencia y nos vayamos creyendo que lo que vemos no puede ocurrir, que la convención narrativa acabará por imponerse y todo saldrá bien en la película para alivio de nuestras conciencias. Pero no hay escapatoria. Cuando llega la palabra fin ya estamos extenuados y demolidos; exhaustos y vencidos. En la realidad no puede ocurrir lo que hemos visto. Es sólo una película. ¿Sí…? Es factible que el monstruo anide entre nosotros, se alimente de nosotros, que nos esté devorando...
P.D. A dos años -más o menos- de la realización de ésta película, la situación del mundo y de los problemas de los que Funny Games habla ha cambia drásticamente y de realizarse ahora mismo habría que plantearla desde otros puntos de vista, a mi entender. El duro revés que soporta la llamada "civilización del bienestar" (que no tiene visos de solucionarse a corto plazo) no permitiría el retrato que aquí se hace la misma sin nuevas e inprescindibles matizaciones.

