Conmocionado. Ésta puede ser la palabra que describa cómo me sentía al salir del cine tras ver la película El secreto de sus ojos, una absoluta obra maestra que probablemente no va a tener el reconocimiento del público en la medida que se merece. Evidentemente, las pasiones las levantan Tarantino o Almodóvar; o El caballero oscuro o Piratas del Caribe, ocho. Nos han educado cinematográficamente para engullir ansiosos determinadas películas y a determinados cineastas. No quiero que se me mal interprete y se piense que yo desprecio a ciertos directores y a según qué géneros. Pero me frustra que se hable apasionadamente de Malditos bastardos, por citar una película que comparte cartelera con El secreto de sus ojos, y de la que todos hablamos de ella excitados (sea a favor o en contra), y la tibieza con que diríamos algo favorable de una película como ésta. Con un “está bastante bien”, ya puede darse por satisfecha.
El secreto de sus ojos es un thriller moral, en el que las implicaciones políticas sociales o judiciales no están ausentes. En él se entremezclan con grandeza y alcance conceptos como Justicia, Política, Castigo, Culpa, Amor, Honestidad, Amistad… y más. Todo dicho con palabras mayores, sosegadamente, para que digeramos lo que se nos pone ante los ojos. El secreto de sus ojos, es la verdad de lo que ven los nuestros (Ésto es una frase hermosa que me salió y a la que no me he podido resistir, perdón por ponerla), que tiene como excusa una trama criminal de lo más común.
Basada en una novela (que voy a leer, sin duda) del escritor argentino Eduardo A. Sacheri, Juan José Campanella hace la, para mí, mejor película de su filmografía, lo que ya es decir. Recordemos obras mayores como El niño que gritó puta, El mismo amor, la misma lluvia o la exitosa (también comercialmente) El hijo de la novia. Luna de Avellaneda, otra buena película, a mí me pareció por debajo de las citadas, pero es con El secreto de sus ojos con la que alcanza el estado de gracia. A lo largo de dos horas estamos atrapados por una historia que es mucho más que la investigación y esclarecimiento de un crimen, llevada a cabo a lo largo de treinta largos años.
Narrada con un clasicismo hustoniano e impregnada de la melancolía, la complejidad, la amargura y el escepticismo que contienen las mejores obras del cine negro (en la memoria El halcón maltés, El sueño eterno, Chinatown…), la investigación y el esclarecimiento del asesinato y violación de una joven llevados a cabo por éste funcionario (un inmejorable Ricardo Darín), nos conduce por los entresijos de la situación política, judicial y social de unos años que fueron muy convulsos para la Argentina de los 70. Una historia criminal dormida, acaecida entonces, va a acabar explosionando y concluyendo de forma imprevista en la actualidad. En éste largo recorrido hasta la verdad hay tiempo para describir además, como telón de fondo, una emocionante historia de amor...O dos.
Una verdad que a todos nos deja sobrecogidos por la universalidad de los conceptos que se cuestionan en sus implicaciones morales, éticas o humanas…El impresionante último curto de hora de la película es sólo comparable en emotividad y en épica al último tramo de la ya citada Chinatown, que es la que ahora mismo se me vino a la mente. Todos acabamos descubriendo, junto con el personaje, una verdad que nunca sospechábamos. Las imágenes y los diálogos de éstas últimas secuencias, como los de toda la película, nos conmocionan en lo más hondo y dan sentido a una frase que ha venido martilleando en la mente del funcionario Espósito (Darín), durante nada menos que treinta largos años: “El hombre puede cambiar de vida, de religión, de trabajo, de lo que sea. Pero de lo que no puede cambiar nunca es de pasión”.
Amigos argentinos, ya tenéis buena candidata como representante para los premios óscar. Si la presentáis, es muy probable que lo consigáis.
Calificación: ****