Splice puede ser vista como una película que “denuncia” adónde pueden llevarnos los excesos con los experimentos genéticos o la peligrosa gestión que puede hacerse de los avances científicos. Teniendo en cuenta que el ser humano, pese a estar en la escala superior de la inteligencia, es más imperfecto y frágil en su naturaleza pensante que el resto de las especies a merced de su superioridad intelectual, la cosa puede resultar inquietante. Nada puede estar bajo control humano (tampoco un laboratorio de biogenética) pues en nuestra esencia como especie conviven al mismo tiempo la inteligencia y la ignorancia, la sensatez y la locura.
El discurso no es nuevo, pero Splice lo dota de cierta complejidad implicado elementos de índole moral en el que conceptos como familia, pareja, maternidad/paternidad, ética moral… enriquecen la historia más allá del panfleto anticientífico. Al final, la película no apura sus prometedoras insinuaciones y abusa de ciertos tópicos tantas veces recurrente en el género. Los nuevos frankensteins abren con sus experimentos la caja de los truenos, pero ¿serán capaces de cerrarla? La historia puede que continúe. Mientras tanto, nosotros como espectadores hemos pasado un buen rato entre asustados y divertidos.
Splice (empalmar) opta muy inteligentemente por un cuasi explícito sentido del humor, que ya está presente en el título. Lo de empalmar no está dicho con las connotaciones que en España podemos aplicar a esta palabra (aunque, también, si nos ponemos puntillosos) y sí tiene una intención, a mi entender, irónica, sarcástica, tal como queda explicito en la declaración de principios que hace la pareja de científicos protagonista cuando dicen en determinado momento que ellos se dedican a cortar y pegar secuencias genéticas, como pudiera decirlo quienes trabajan en la cadena de montaje de una fábrica de automóviles.
Y, si el pragmatismo de estos investigadores resulta decididamente inmoral, la proclama práctica que exhiben los responsables del laboratorio (o el gremio de científicos en general) aparece ya como directamente obscena. En este sentido, hay una secuencia que por sí sola merece acudir a ver Splice y es cuando el laboratorio presenta al mundo científico y a los medios en general sus más recientes descubrimientos genéticos, y exhiben en público a dos de sus criaturas, a las que han puesto, no sin intención, los nombres de Ginger y Fred.
Cuando se espera que el comportamiento de la pareja de engendros certifique en público la bonanza y conveniencia de las manipulaciones genéticas, estos reaccionan de forma imprevista y acaban arrojando sobre las cabezas de los asistentes toda la mierda, toda la excreción, toda la corrupción ética que materializaron en ellos sus creadores, Que en los momentos donde más deberíamos sentir pánico soltemos una carcajada o esbocemos una sonrisa demuestra que el inteligente enfoque satírico con que se ha enfocado la narración de Splice, logra sus objetivos.
Las referencias cinéfilas son obvias y nada sorpresivas estando Benicio del Toro de por medio. Citas más menos subliminales o explícitas a Alien/s (en una de las fotos que pongo queda clarísimo) a El laberinto del fauno (el personaje de Delphine Chanéac, la fauna), La semilla del diablo, y alguna más, dan a Splice un plus de atractivo, resultando una película, si no redonda, decididamente simpática que no está demás visionar.
Calificación: **