La mujer en el siglo XIX
El reciente estreno de Anna Karenina y su visionado me ha hecho caer en la cuenta
de los grandes paralelismos y las inmensas semejanzas que existen en el personaje de Leon Tolstoi con las de otro gran icono femenino de la literatura universal, la francesa n Madame Bovary, de Flaubert,
llevada tantas o más veces a la pantalla.
Vivien Leigh, la Anna Karenina de Clarence Brown (1935)
He caído en la cuenta también que en El Blog de Scotty
ya se escribió sobre el personaje y creo
muy, muy interesante volver a leer aquella entrada, por lo que la traigo a
primera página una vez más.
01/09/09
Madame Bovary
Abismos de
pasión
Y, claro, Chabrol va a la esencia, como siempre, utilizando la elipse y el montaje para pasar rápidamente por los pasajes meramente descriptivos y de transición (la concisión del comienzo en el que Emma conoce al doctor Bovary, lo manipula y lo convierte en su marido, es ejemplar en este sentido) y se detiene más en los momentos en que hay que explicar el alma y los sentimientos de sus personajes. De su personaje.
Acabo de ver Madame
Bovary, la versión que Claude Chabrol hizo de la novela de
Flaubert, tras haber visionado no hace mucho la que a finales de los 40 realizó
Vicente Minnelli, y de haber leído recientemente la novela. Antes de nada decir
la profunda impresión que me ha producido la obra del escritor galo, uno de los
retratos femeninos más descarnados e inmisericordes de toda la
literatura universal. Flaubert hace un estudio implacable, diseccionado desde la
gélida distancia del narrador y desde una posición meramente descriptiva, de una
Madame Bovary que puede parecer cualquier cosa según los ojos de quien la mire:
una mujer egoísta y manipuladora, una mala madre y una peor esposa, una mujer
sin principios morales, una libertina... una puta.
Yo creo que Flaubert quiere que veamos en ella
a una pobre víctima que no sabe protegerse en un entorno en el que la mujer está
condenada a la sumisión, a la estulticia, a la astucia...Pero Emma no aprende a
sobrevivir sabiendo nadar y guardar la ropa.
La señora Bovary no consigue ese equilibrio obligado en su entorno, pese a
que lo intenta, y acaba arrastrada por su verdadero temperamento pasional. Al
decidir que el mundo no está entre las cuatro paredes de una casa de un
pueblecito provinciano, la suerte está echada y el final no puede ser otro que
su perdición. Tras la tragedia, sus verdugos siguen medrando y ascendiendo en la sociedad y las personas inocentes y
puras (su apocado esposo, su hija...) son arrastrados como ella/por
ella al abismo.
El regusto que este relato nos deja es tanto o más amargo que el sabor del
arsénico que Emma roba en la rebotica.
Creo que trasladar a
imágenes una obra tan compleja y tan descriptiva del interior de los personajes
nos es tarea fácil y ni la versión de Minnelli, que me pareció demasiado
acartonada y en exceso sometida a los códigos del melodrama hollywoodiense, ni
ésta de Chabrol, pueden considerarse de forma satisfactoria dados sus resultados.
De hecho, las dos recurren a la inevitable voz
en off para decir con palabras lo que es muy complicado de decir con
imágines. Con todo, me quedo con la película del director de El
carnicero, bastante más adecuado que Minnelli para éste relato,
habida cuenta de que Chabrol "algo sabe" de lo que se suele cocer en lo más
profundo de la sociedad provinciana
francesa. Y ahondar en sus secretos y miserias es especialidad de la
casa.
La esencia de las cosas no transmutan y ciento
cincuenta años, quizás, no hayan conseguido hacer cambiar lo más hondo de la
idiosincrasia de su país.
Y, claro, Chabrol va a la esencia, como siempre, utilizando la elipse y el montaje para pasar rápidamente por los pasajes meramente descriptivos y de transición (la concisión del comienzo en el que Emma conoce al doctor Bovary, lo manipula y lo convierte en su marido, es ejemplar en este sentido) y se detiene más en los momentos en que hay que explicar el alma y los sentimientos de sus personajes. De su personaje.
La secuencia más larga de la Madame Bovary
chabroliana es la del baile en la que Emma
se embriaga de todo lo lo que le rodea, que no es otra cosa que lo que siempre
ha estado deseando vivir: mira, escucha, toca y olfatea el entorno como
reconociendo por fin su territorio, la fauna a la que pertenece. O a la quiere
pertenecer ya para siempre.
Esta experiencia es el último empujón que la
señora Bovary necesita para desatar todos sus anhelos reprimidos. Es la mejor
secuencia de la película, muy diferente del trato que le confiere Minnelli en su
versión, donde vemos un baile menos introspectivo y bastante más mundano, al
estilo de, por ejemplo, los que vemos en Jezabel o
Lo que el viento se llevó. En el capítulo de los
actores, Isabelle Huppert está bastante más adecuada
al personaje de lo que me esperaba, si bien no dejo de opinar que Madame Bovary necesitaba una actriz más pasional y menos
cerebral. Huppert hace un buen trabajo, pero está dominado por un método y por
un estilo.
Pienso que Jennifer Jones en la versión de
Minnelli está más convincente pues sus características como actriz eran más
adecuadas. Recordemos a su pasional Perla en la extraordinaria Duelo
al sol, con la que la señora Bovary tiene algún punto de contacto.
Jean Yanne compone un boticario perfectamente desagradable y odioso, en
contraste con el enternecedor y humano asesino de El
carnicero, una de las películas más turbadoras, poéticas e
inolvidables de Claude Chabrol.
Calificación: ***