No pensaba escribir sobre Cisne negro. Más que nada por la gran atención bloguera que ha suscitado la película, comentada hasta la saciedad por tantos compañeros y sobre la que poco más hay que añadir, pero yo no he quedado tan entusiasmado con esta película, lo que podría ser otro motivo para pasar de largo sobre ella ya que soy muy reacio a discrepar. Pero el blog me está pidiendo ya la siguiente entrada .
Creo que Darren Aronofsky, que se ha convertido en todo un referente del cine actual, en un director de culto, lleva en Cisne negro su tendencia al tremendismo a extremos muy peligrosos y si sigue apretando tuercas a su recurrente discurso sobre la sordidez y la devastación en que ubica a sus personajes, puede acabar haciendo un tipo de cine que sea la caricatura de su propio cine. Cisne negro me parece un trasunto de La pianista, de Michael Haneke, trasladado al mundo de la danza. Digamos que los complejos y las represiones que el personaje de Isabelle Huppert “libera” en la película de Haneke para evitar caer en la total autodestrucción, el personaje de Natalie Portman los ahoga hasta extremos inconcebibles y su paranoia acaba descontrolándose y descontrolándola. Nina lleva su esquizofrenia a un punto de no retorno, ya sin posibilidad de freno y marcha atrás.
En Cisne negro la protagonista se ve atosigada por la educación de una madre dominante y manipuladora (que en realidad no desea el éxito que dice querer para su hija, a la que ve como una rival y a la que culpa de su propio fracaso), y ella misma se autocastiga por unas tendencias sexuales que no tiene el valor de asumir. A Nina le queda como escape entregarse en cuerpo y alma a su trabajo, en el que intenta sublimar todas sus frustraciones y sus fracasos. Cree que si llega a ser la máxima estrella de la compañía de danza en la que trabaja, sus problemas personales y los desequilibrios que le provocan acabarán desapareciendo.
Jugar con los evidentes paralelismos de la vida de Nina y de la historia del ballet que aspira a interpretar (El lago de los cisnes), es para Aronofsky el campo de acción que le permite montar, no una historia a lo Michael Powell y Emeric Pressburger (Las zapatillas rojas), sino que opta por rodar una película casi de terror que se acerca peligrosamente al cine de Darío Argento, y el giallo, como género, acaba teniendo una gran influencia en los resultados finales.
Puede que Cisne negro sea una película brillante y que su puesta en escena impacte. Pero detrás de eso sólo hay humo. Sobran demasiadas secuencias “supuestamente” oníricas, que lo son o no lo son, pues están puestas de forma arbitraria y según convenga. Llega un momento en que nos da igual si lo que vemos es real o imaginado. Hay demasiados puntos de vista expresados “desde” la mente perturbada de la protagonista. Al poco de seguir el camino de la ambigüedad, Aronofsky consigue producir en el espectador justo el efecto contrario y ya nos da igual si lo que vemos es real o está en la mente del personaje, porque sabemos que será lo que más le convenga al director. Y al director parece que lo que más le conviene es impactar al espectador antes que dar credibilidad a su personaje.
Aronofsky rueda algunas secuencias con una torpeza increíble, como esa en que a Nina se le desfiguran las piernas y se les van metamorfoseando en las de una especie de patas de animal. Lógicamente eso sólo puede estar en la mente de la protagonista. Pero Aronofsky no la rueda “desde el punto de vista de Nina", sino desde el punto de vista del espectador: si lo vemos nosotros y no el personaje, aquello debería estar pasando realmente. Así, no nos creemos las alucinaciones paranoicas de la protagonista ( como sí ocurría en Repulsión, de Roman Polanski) y Cisne negro se adentra en el cine fantástico, en una historia que no va, o no debe de ir, por esos derroteros. ¡Que lejos anda Aronofsky del Alfred Hichtcock de Psicosis!
Cisne negro, Aronofsky, Natalie Portman se llevarán todos los premios que tengan que llevarse y les quieran dar. Pero lo único realmente destacable es la actuación de su protagonista. Su interpretación y su transformación física para adaptarse al personaje, su hipnótica presencia, no redimen a Cisne negro de ser una película más efectista que densa, más cercana al cine de género que al de autor y más tramposa que honesta.
P.D: El comentario estaba escrito desde ayer, antes de que supiera que Natalie Portman había ganado el Oscar.
Calificación: **