Cada película de Ken Loach se convierte en un acontecimiento para el aficionado al cine (sus películas contienen contundentes mensajes servidos con escueta y pura caligrafía fílmica), pero especialmente para el interesado en el cine social y político a la europea. A la europea, pues no sólo se ocupa de los problemas que atenazan a la ciudadanía británica, su país, si no que su dedo acusador apunta en todas las direcciones del mapa del viejo continente, convertido en las últimas décadas en el nuevo El Dorado al que acuden en oleada tantas y tantas desesperadas víctimas de la globalización y del libre comercio en busca de su lugar en el sol. Muchos, demasiados, se quedan helados bajo tanto frío social y político y la miseria y la explotación en la tierra de acogida son sus únicos logros. La crisis económica actual no hace si no ahogarlos todavía más con la enésima vuelta de tuerca a su indefensión y vulnerabilidad.
En En un mundo libre… asistimos a la conversión de una potencial víctima del capitalismo feroz y de la libre empresa (una empleada británica víctima de las condiciones laborales de precariedad y explotación que, respaldados por la ley, dan carta blanca a empresarios y contratadores para utilizar a los trabajadores como mera mercancía) que se decide a cambiar de bando y, parafraseando a Groucho, apuntarse a la parte contratante de la primera parte. Aprovechando sus conocimientos sobre los tejemanejes en las contrataciones fraudulentas de inmigrantes, decide ser ella misma la que contrate clandestinamente a estos trabajadores y reclutarlos para empresarios poco escrupulosos con la legalidad. Tendrá que sortear más de un obstáculo y se llevará por delante principios y ética y pondrá en peligro su integridad y la de su familia, pero en un mundo libre donde impera la ley del más fuerte, no la va a detener ni el amor a la familia ni el culto a la amistad. Está convencida de que en un mundo libre el triunfo social y el dinero es lo primero. Por desgracia muchos podemos creer que tiene razón.
El dúo Paul Laverty guionista, y Ken Loach director, vuelven a impresionarnos con su enorme capacidad para ponernos ante el espejo de la sociedad en que vivimos y para hacernos pensar que nosotros formamos parte de ella, bien como parte activa o bien como parte pasiva, pero que ahí estamos y que después de vernos reflejados, allá nosotros. Despojando la narración de cualquier concesión al sentimentalismo, retratando la realidad desnuda de todo artificio, sin encuadres idealistas o embellecedores, convenciéndonos de que las cosas son así, como las enseña porque así son como las vemos una vez salimos del cine y miramos a nuestro alrededor.
Habrá quien pueda tachar -
-de hecho lo hacen- a éste irrepetible dúo de cineastas de panfletarios, comunistas, parciales, etc.…, pero evidentemente cualquiera puede intuir de dónde pueden venir las críticas en este sentido. La capacidad para hacer un cine de características sociales y de denuncia con un potentísimo estilo narrativo conciso y directo como un puñetazo al estómago. Es la marca de la casa Paul Laverty/Ken Loach, dos cineastas
-de hecho lo hacen- a éste irrepetible dúo de cineastas de panfletarios, comunistas, parciales, etc.…, pero evidentemente cualquiera puede intuir de dónde pueden venir las críticas en este sentido. La capacidad para hacer un cine de características sociales y de denuncia con un potentísimo estilo narrativo conciso y directo como un puñetazo al estómago. Es la marca de la casa Paul Laverty/Ken Loach, dos cineastas
únicos, necesarios e imprescindibles en la cinematografía europea y en la cinematografía mundial.
Calificación: ***
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