Alain Delon es un mito viviente. Cierto que, más que por sus cualidades interpretativas, que las tenía, su fama se la debe a su físico y al haber tenido la suerte de que varios de los mayores genios de la creación cinematográfica le confiaran en sus inicios papeles maravillosos en películas extraordinarias. Después vivió de las rentas. De las rentas de su popularidad, claro, pues me refiero a su carrera y no a su cartera. Delon era un muchacho corriente y moliente que se ganaba la vida de camarero, albañil, carnicero… y hasta de soldado remunerado. Por casualidad, se vio paseando por las calles de Cannes.
Un amigo lo arrastró allí, convenciéndolo de que era el lugar ideal para ligar y pasárselo pipa. Llegó en los días en que se celebraba el famoso festival de cine y se encontró en medio de un enjambre de rostros famosos y cuerpos diez, entre los que él mismo no desentonaba en absoluto. Más de un cazatalentos se le acercó para interesarse por su carrera: “no soy actor”. Y más de una muchachita le pidió autógrafo creyendo que era una de las tantas celebridades del celuloide que por allí pululaban. “Que nooo…, que sólo soy un camarerooo”… respondía.
Cuando ya apenas se le echaba de menos en las pantallas y se le recordaba como uno de los mitos más representativos del cine de los sesenta, aparece como un César un bastante paródico en Astérix en los Juegos Olímpicos, en cuyo rodaje dejó constancia de su agrio carácter, de su divismo trasnochado y… de la evidencia de que quien tuvo, retuvo. A sus setenta y pico de años, las damas maduras –o madurísimas- volvieron a suspirar al verle de nuevo en las pantallas.
No es probable que a estas alturas de cualquier biografía, el personaje de un nuevo campanazo, por lo que habrá que admitir que la trayectoria de Alain Delon está finiquitada, al menos en lo artístico. Sus largos setenta años y su modo de vida más bien heterodoxo no permiten que abriguemos esperanzas de un nuevo y auténtico resurgir. Y qué. Las películas que hizo están ahí para que todos los que lo admiramos -y lo envidiamos-, además de las nuevas hornadas de espectadores que accedan a sus películas, podamos disfrutar de su atractivo como de su talento. Que cada cual se quede con lo que más le guste.
Se planteó el por qué no decir sí a alguna de las ofertas que le hicieron de salir en una película y al año siguiente ya se pudo ver en Amoríos, una plúmbea superproducción a mayor gloria de la estrella del momento en Francia, Micheline Presle. En la película salía también una muchacha llamada Romy Schneider, que acababa de salir de un súper éxito llamado Sissi, y que intentaba abrirse hueco como actriz “de verdad” en el cine francés. Las tórridas y conflictivas relaciones entre la futura pareja aun no se vislumbraban.
La siguiente película que interpreta lo lanza hacia lo más alto del cine mundial. Es nada menos que el protagonista de una adaptación de El talento de Mr. Ripley, de Paricia Highsmith que se llamó A pleno sol, dirigida por René Clèment. Hace muy pocos años, el malogrado Anthony Minguella hizo un remake con Matt Damon y Jude Law como protagonistas, que, si bien es una muy digna película, no llega a la suela de los zapatos de la de Delon/Clèment.
A partir de ahí, las mujeres lo adoran y los hombres le envidian y… le imitan. Lo consideran el paradigma de la belleza y del atractivo masculinos, y su más que convincente trabajo como Ripley no pasa desapercibido para el director italiano Luchino Visconti, que lo requiere para su próximo proyecto, una cuasi confesada versión a la italiana de una película española que por entonces subyuga a la crítica europea: Surcos, de J.A. Nieves-Conde. La película en cuestión es nada menos que Rocco y sus hermanos.
Es su oportunidad de oro, y también la de una muchachita recién llegada a Italia, procedente de Túnez, que se llama Claudia Cardinale. Ambos llegan a tocar el cielo cuando, de nuevo, Visconti los reúne junto a Burt Lancaster (ahora ya como protagonistas indiscutibles junto al actor americano) en ese sensacional fresco histórico que fue El gatopardo. Aunque la Cardinale llevó una carrera más duradera y prestigiosa, que apenas tuvo altibajos artísticos, Delon , tras una fructífera década que más o menos acaba con las Historias extraordinarias de Roger Vadim/ Louis Malle/Federico Fellini. Terminada la década de los sesenta, su estrella decae y en su filmografía se acumulan demasiados tropiezos. Eso, unido a su evidente deterioro físico (¡ay... la edad!) y a su controvertida vida privada, provoca que el cine se vaya olvidando de Delon y Delon se vaya olvidando del cine. Cuando ya apenas se le echaba de menos en las pantallas y se le recordaba como uno de los mitos más representativos del cine de los sesenta, aparece como un César un bastante paródico en Astérix en los Juegos Olímpicos, en cuyo rodaje dejó constancia de su agrio carácter, de su divismo trasnochado y… de la evidencia de que quien tuvo, retuvo. A sus setenta y pico de años, las damas maduras –o madurísimas- volvieron a suspirar al verle de nuevo en las pantallas.
No es probable que a estas alturas de cualquier biografía, el personaje de un nuevo campanazo, por lo que habrá que admitir que la trayectoria de Alain Delon está finiquitada, al menos en lo artístico. Sus largos setenta años y su modo de vida más bien heterodoxo no permiten que abriguemos esperanzas de un nuevo y auténtico resurgir. Y qué. Las películas que hizo están ahí para que todos los que lo admiramos -y lo envidiamos-, además de las nuevas hornadas de espectadores que accedan a sus películas, podamos disfrutar de su atractivo como de su talento. Que cada cual se quede con lo que más le guste.
Hace dos años estuve en Paris y el taxista me conto que el señor Delon estaba haciendo mucho teatro. Me acorde de que leyendo hace muchisimos años una entrevista el afirmaba que el teatro era lo mas importante para el y cuando aquello el era un actor de cine famoso. Supongamos que es feliz ahora. Turandor Tosca
ResponderEliminar