Mapa de los sonidos de Tokio es tan Isabel Coixet que, de no llevar firma, se identificaría como suya sin demasiado esfuerzo. Es evidente que ésta directora catalana tiene personalidad propia y posee un universo particular en el que dar salida a una notoria sensibilidad para describir sentimientos y estados de ánimo. Y va depurando su técnica y su dominio del medio cinematográfico, lo que hace que sus películas tengan cada vez mejor acabado. Su capacidad para sacar de los actores los matices que sus diálogos no muestran, es evidente y el que tiene la suerte de trabajar con ella, aprovecha una oportunidad de oro para lucirse.
Su cosmopolitismo no es únicamente geográfico y va de un lugar a otro del planeta en busca de personajes a los que estudia y disecciona. Aquí hay un ramillete suculento de caracteres sutilmente definidos, aunque todos giren en torno a una muchacha japonesa, epicentro de la acción. No sabemos nada de su pasado, pero lo podemos intuir como conflictivo y doloroso, como se intuye también lo que cada personaje secundario oculta. El trabajo que le proponen y que acepta nos puede aclarar por dónde han ido los tiros de la existencia de ésta mucha de carácter enigmático. Pero todo va a cambiar cuando entabla comunicación (saliendo de un autismo evidente) con un barcelonés que posee una tienda de vinos en la ciudad, Tokio, y se abandona a los sentimientos en detrimento de su barrera protectora, de la soledad en la que esconde. La tragedia de varios personajes heridos como ella misma confluirá en su destino.