25/7/09

Conversaciones con mi jardinero

La vida y nada más
Dejad de quererme nos mantiene durante casi todo el metraje tan crispados como su protagonista, cuya actitud ante las personas que le rodean y le quieren nos resulta incompresible, irritante, antipática, egoísta… deplorable. Antoine es, literalmente, insoportablemente cínico. Así lo conocemos desde el primer fotograma. Parece que esa reunión de publicistas, entre los que él es un profesional de gran éxito -lo que le permite disfrutar de una vida de auténtico privilegiado en lo económico- ha sido el detonante de una rebelión en toda regla contra todo lo que le rodea y que para él intuimos un entorno frustrante. Tiene además una familia impecable y unos amigos considerados y atentos. Todo lo tira por la borda el día de su 42 cumpleaños ¿Qué pasa con éste hombre que se revela de pronto enemigo de todo y de todos? Al final acabamos rechazándolo tanto o más que sus amigos. El camino que coge hacia supuestas nuevas metas en su vida se nos antoja arbitrario. Esto debe ser la famosa crisis de los 40 (creemos…) pero nada está justificado o, al menos, no lo llegamos a entender.

Jean Bécker, tras la estupenda y exitosa Conversaciones con mi jardinero, vuelve a darnos una nueva lección de buen hacer y de bien contar. Por supuesto, la película es coherente con el discurso de su filmografía, y las crisis de sus acomodados personajes se exponen desde una filosofía de que cuanto más logros sociales, más frustración, y de que “la alegría está en el campo” (es el título de una de sus películas, como sabemos, tiene otra película con título demasiado revelador como para que lo diga aquí) y a él recurre en una desesperada escapada en busca de los orígenes, del padre perdido en la infancia, cuya recuperación es urgentísima. Quizás las reacciones de Antoine no sean tan irracionales como nos parecen y todo tenga una explicación y un sentido. El grito que lanza a su entorno (¡dejad de quererme!), puede que acabe entendiéndose.

La irritación que el personaje nos produce va dando paso a la emoción y al sentimiento gracias a la habilísima dirección de un Jean Bécker que avanza en cada una de sus películas. Aquí juega con nuestros sentimientos sin que se pueda decir que se nos engaña. Se nos da y se nos ocultan datos, pero no hay trampa, sino habilidad para decir las cosas cuando hay que decirlas y asestar el golpe emocional en el momento justo. Lo consigue y en el tramo final nos reconcilia con el personaje y hace que nos sentamos estúpidos por no haber caído antes en la cuenta de las razones de su comportamiento y acabamos queriéndole como sus compañeros, sus amigos y su familia le querían y le siguen queriendo. La emoción en estado puro, que tiene como broche de oro la voz de Serge Regiani interpretando una canción que nos pone los pelos de punta y cuyo título no voy a decir por precaución.
Calificación: ***

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