Route Irish,
la última película
del director Ken Loach, llegará a las pantallas españolas el 23 de Diciembre próximo, en unas
fechas reservadas habitualmente por las distribuidoras para sus películas más
taquilleras y familiares, lo que quizás nos dé una pista sobre la importancia
de esta producción británica escrita por
Paul Laverty, guionista de cabecera del director. Route Irish formó parte
de la Sección Oficial a concurso de la 63ª edición del
Festival de Cannes, que
tuvo lugar del 12 al 23 de mayo. La película evoca las consecuencias de la
intervención británica en Iraq. Conociendo la trayectoria de esta combativa y
políticamente comprometida pareja de cineastas, estamos ante uno de los
estrenos navideños más atípicos. Al menos, los espectadores que no tengamos que
entretener a los niños podremos acudir también a las salas a ver buen cine.
Estamos en Liverpool, agosto de 1976. Fergus,
de cinco años, conoce a Frankie en su primer día de colegio, y a partir de ese
momento se convertirán en amigos inseparables. De adolescentes, hacen novillos
para irse a beber sidra en el transbordador del río Mersey, mientras sueñan con
recorrer el mundo. Lo que Fergus no sabe es que su sueño se haría realidad como miembro altamente
cualificado de las fuerzas especiales británicas SAS (Servicio Aéreo Especial).
Después de darse de baja en septiembre de 2004, Fergus convence a Frankie (que
en ese momento era ex paracaidista) para que se uniera a su equipo de escolta y
seguridad en Bagdad: 10.000 libras al mes, libres de impuestos, su última
oportunidad de ganar dinero en una guerra cada vez más privatizada. Juntos
arriesgan sus vidas en una ciudad llena de violencia, terror y codicia, e inundada
de millones de dólares estadounidenses.
En septiembre de 2007, Frankie muere en la Route Irish, la carretera más peligrosa del mundo. De regreso a Liverpool, un desconsolado Fergus rechaza la explicación oficial y empieza su propia investigación acerca de la muerte de su amigo del alma. Sólo Rachel, la compañera de Frankie, comprende la profundidad de la pena de Fergus y el peligro de su furia. A medida que Fergus intenta descubrir lo que le pasó a Frankie en la Route Irish, él y Rachel se sienten cada vez más unidos, y cuanto más cerca se encuentra de la verdad en el caso de la muerte de Frankie, más lucha Fergus para encontrarse a sí mismo y la felicidad que compartió con Frankie veinte años antes en el río Mersey
Comentarios de Paul Laverty
“Nos hemos familiarizado con el ritual
del regreso de los restos mortales de un soldado muerto en suelo extranjero:
música solemne, la bandera nacional, escoltas y homenajes que son reproducidos
por los medios de comunicación nacionales. Los políticos y los mandos militares
cubren de palabras de consuelo a los desolados parientes. Pero las cosas no
fueron en absoluto así para Deely, la hermana de Robert, un ex paracaidista que
sufrió una emboscada en Iraq. Lo trajeron en un vuelo desde Kuwait y llegó al
aeropuerto de Glasgow. El empleado de la funeraria le dijo a Deely que en el
avión ese día había diez cuerpos, dos de los cuales eran inidentificables. El
ataúd de Robert parecía una gran caja de madera para transportar naranjas. No
hubo fanfarrias, ni bandera nacional, ni periodistas, ni pregunta alguna. Su
muerte, que nosotros sepamos, no fue agregada a ninguna lista, por una razón
muy sencilla: Robert ya no era paracaidista, sino uno de los "contratistas
privados", o "guerreros empresariales" o "asesores de seguridad".
Los iraquíes los llaman mercenar.
El negocio relacionado con la guerra está siendo privatizado de forma lenta y
deliberada ante nuestros ojos. Nos lo dicen tanto el ataúd de madera de Robert
como las estadísticas. Patrick Cockburn, un reconocido analista, estimaba que
hubo aproximadamente 160.000 contratistas extranjeros en Iraq en el momento
culminante de la ocupación, muchos de los cuales -quizá unos 50.000- eran
personal de seguridad fuertemente armado. El curso de la guerra, y la ocupación
subsiguiente, habría sido imposible sin la aportación de esas fuerzas. Gracias
a Paul Bremer, designado por Estados Unidos director de la Autoridad
Provisional de la Coalición, todos y cada uno de los contratistas gozaron de
inmunidad ante las leyes iraquíes en virtud de la Orden 17, que fue impuesta al
nuevo Parlamento iraquí y que estuvo en vigor desde 2003 hasta comienzos de
2009.
No hay nadie interesado en contar a cuántos civiles iraquíes han matado o herido los contratistas privados, pero hay una serie de datos que sugieren que hubo un abuso generalizado. La matanza de diecisiete civiles en medio de Bagdad por parte de Blackwater fue el incidente más notorio, pero se produjeron muchos más de los que no se informó. Un contratista veterano me confió que un sudafricano le había dicho que matar a un iraquí era como "matar a un infiel". Otros contratistas más serios, orgullosos de su profesionalidad, me dijeron cuánto les asqueaba la violencia de los "cowboys". Si un contratista se veía involucrado en un incidente que hubiera causado un escándalo, su empresa se los llevaba rápidamente del país: impunidad por decreto
- Mientras los contratistas más modestos se jugaban la vida en la Route Irish, los directores generales de esas mismas empresas se enriquecían. David Lesar, director general de Halliburton (de la que Dick Cheney fue consejero delegado), ganó casi 43 millones de dólares en 2004; Gene Ray, de Titan, más de 47 millones entre 2004 y 2005, y J. P. London, de CADI, 22 millones. La clave está en los detalles. Los contratistas privados cobraban al Ejército estadounidense hasta cien dólares por la colada de un solo soldado. En un informe oficial de enero de 2005, Stuart Bowen, Inspector General Especial para la Reconstrucción de Iraq, reveló que más de 9.000 millones de dólares habían desaparecido debido al fraude y la corrupción, y que eso sólo sucedió durante un periodo muy corto de la Autoridad Provisional. También impunidad financiera. Como me dijo un contratista, "aquel sitio apestaba a dinero". No es sorprendente que muchos soldados mal pagados y miembros de las Fuerzas Especiales se incorporaran a esas corporaciones militares privadas, porque en ello veían la oportunidad de su vida para "forrarse".
Pero esos hombres no sólo se forraban de dinero sino que se iban cargando de
muchas cosas más. Ahora ya nos hemos acostumbrado a ver imágenes de matanzas,
"allí". Nos hemos acostumbrado a las historias de miles de millones
de dólares desaparecidos, de avaricia empresarial, de abusos, tortura y cárceles
secretas. La revista The Lancet hace una estimación de 654.965 muertos
hasta junio de 2006 que es casi imposible asimilar. Ahora todo eso parece
lejano en el tiempo y el espacio. Se nos dice que nos está afectando el
síndrome de la "fatiga iraquí". Pero ese "allí" vuelve a
casa, porque Iraq está en el interior de las mentes de "nuestros
chicos". Me quedé atónito cuando me enteré, a través de la ONG Combat
Stress que trabaja con ex soldados que sufren trastorno de estrés postraumático
(TEPT), de que esta dolencia tarda en manifestarse un promedio de 17 años. Esta
organización, así como en el propio Ejército de Estados Unidos, se está
preparando para un aumento considerable de casos en los próximos años.
Norma, una amable enfermera que está a punto de jubilarse y que ha pasado años
entre ex soldados, me dio el punto de partida para esta historia cuando me
dijo: "Muchos de estos hombres están de luto por los seres que ellos
habían sido". Un ex soldado me mostró un retrato que había hecho de sí
mismo: "Sólo quiero volver a ser el que era". Aunque la Orden 17 haya sido revocada en Iraq, su espíritu sigue imperando: el
hedor a impunidad, las mentiras, el desprecio por las leyes internacionales, la
erosión de las convenciones de Ginebra, las cárceles secretas, la tortura, el asesinato...
los cientos de miles de muertos. Mientras me imagino a los autores
intelectuales de todo eso: Bush, Blair, Rumsfeld y compañía, recogiendo sus
millones después de discursos de sobremesa y creando sus fundaciones
ecuménicas, no puedo por menos que acordarme de las enfermeras de Faluya que
asisten partos de bebés que nacen con dos cabezas y la cara deformada gracias a
las bombas químicas que cayeron sobre esa ciudad, nuestro regalo para el
futuro. Así que nos preguntamos qué
pasará cuando la Orden 17 vuelva a casa”.
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