29/1/10

La herencia Valdemar

Ouija en el orfanato

Daniel Liotti (?) es Valdemar.

La herencia Valdemar es una vergonzante película que nos deja estupefactos por la cutrez que campea en todos y cada uno de sus apartados. Desde un guión sin pies ni cabeza que recurre a los más manoseados lugares comunes, a una puesta en escena digna de la peor serie de televisión, pasando por una dirección de actores increíblemente tosca donde profesionales que han demostrado sobradamente su valía en otros trabajos están simplemente irreconocibles. No se entiende que hayan consentido participar en semejante desaguisado si no es por sacarse unos eurillos, que tampoco creo que hayan sido muchos, pero el panorama de la industria cinematográfica en España no está para decir que no a nada si se quiere seguir comiendo del trabajo de actor.
Laia Marull se atreve a mostrar toda esa "retaguardia" sin nada encima...
Según se dice al inicio, el guionista y director -un tal José Luis Alemán, que parece que debuta aquí- se inspira en el “universo Lovecraft”. Pobre Lovecraft si levantara la cabeza y se viera involucrado en tantas gilipollez. No sólo Lovecraft le sirve al señor Alemán de “inspiración” si no que también mete en el ajo a personajes tales como Bram Stoker y Aleister Cowley y, si no oí mal, a Puccini. Los tres vienen a España a una sesión de espiritismo que organiza el famoso escritor y practicante esotérico (Crowley) y que acabará desatando las fuerzas del mal.

Naschy, como el fiel criado, consolando a su señor.
Me resisto a explicar el argumento ya que hasta detallado por mi modesta capacidad literaria lo ensalzaría al infinito dada la inoperancia de los responsables para exponerlo con un mínimo de eficacia. Para colmo, se ha fraccionado lo filmado en dos entregas y se nos amenaza con seguir la historia en otra película que se proyectará dentro de poco. Total, como una serie de televisión en dos partes, pero en las pantallas de los cines.
"A que estamos guapos ´con estas vestimentas..."
Me paro a pensar en la patética empanada en la que se han embarcado una serie de buenos actores que están igualmente patéticos. Oscar Jaenada (Goya, por Camarón), Laia Marull (Goya, por Te doy mis ojos), Eusebio Poncela (un buen actor habitualmente), Rodolfo Sancho (tan de moda por la serie La señora) y Francisco Maestre como Crowley, el único que le pone un poco de pasión a su trabajo y consigue salvarlo mínimamente. Punto y aparte a la presencia de Paul Naschy en su última aparición en el cine justo antes de fallecer, lo mejor de la función. Sin duda hay homenaje a su cine, al poner el nombre de Valdemar al personaje principal, en referencia a su recurrente hombre lobo, Valdemar Daninsky... Y, de paso, conectar subliminalmente con Poe y su El caso del señor Valdemar.
El carruaje con caballos negros y conductor a lo fúnebre siempre queda muy aparente...
Calificación: *

26/1/10

Up in the air

Gracias por despedir


Vera Farmiga a Clooney: "¿Estás seguro de que nosotros somos nosotros?"

Up in the air es una película que habla del mundo de ahora mismo con humor pero sin complacencia. Hace comedia de cosas muy dramáticas sin que ese drama esté trivializado gracias a su sarcástico y ocurrente enfoque, a sus acerados diálogos y a su agudeza crítica. Up in the air nos hace sonreír o nos provoca la risa, pero es algo que hacemos con la boca torcida. Los personajes principales de Up in the air son tiburones de una gran empresa cuyo cometido es despedir, despedir y despedir a más y más y más empleados sin importarles, al menos aparentemente, el dolor y el drama que van sembrando en vidas ajenas, en gentes sencillas cuya única meta en sus vidas es trabajar y alimentar a su familia, pagar la hipoteca y, a cambio, producir, producir y producir como meras piezas de un engranaje ( que otros manejan) sin plantearse qué puede haber más allá de la necesidad de cobrar su sueldo a fin de mes. La mass media del siglo veintiuno apaleada por la crisis que el mundo está padeciendo, y apuntillada por los altos ejecutivos que la gestionan, quienes para nada sufren sus consecuencias

Anna Kendrick: "Este tío no es lo que parece... Bueno, yo tampoco"

Empresas que reclutan de entre sus tiburones a los más sanguinarios, insensibles e indiferentes a todo lo que no sean ellos mismos, para que lleven a cabo tal cometido. Ellos son los que dan la cara y hacen el trabajo sucio tirando a la calle a los trabajadores que, llegado el momento, dejan de interesar. Además, deben de intentar convencerlos de que les están haciendo un favor. Up in the air habla de ello, centrándose en tres de estos tiburones, a quienes sólo les importa el arribismo a toda costa y alimentar unas vidas egoístas obsesionados con el lujo y el derroche. A lo largo de la película los iremos conociendo y se irán conociendo ellos mismos. Quizás no sean tal y como ellos mismos piensan que son. A todos -a ellos y a nosotros-, nos espera alguna que otra sorpresa en ese proceso, en el que se acabarán revelando como personas muy diferentes. Un planteamiento, nudo y desenlace que ya estaba esbozado, en un registro más sosegado y mucho menos lacerante, en la estupenda opera prima de Reitman, Juno.

Clooney, como los demás personajes: el esfuerzo por conseguir una modificación de la realidad, manipulándola.

Magníficamente dirigida, con un guión preciso y precioso, fotografiada con maestría y con una banda sonora espléndida, Up in the air es una película que se ve con gran complacencia. Los actores, simplemente perfectos, son el último gran aliciente de esta película que da el espaldarazo definitivo a Jason Reitman (hijo del director Ivan Reitman) tras las estimulantes Juno y Gracias por fumar. Recordemos que Jason Reitman era actor y que desde su debut en Juno no se ha vuelto a poner delante de las cámaras, por lo que parece que este va a ser definitivamente su trabajo en el cine: dirigir.



Vera Farmiga: apariencia y realidad puede que no se correspondan.

Up in the air prosigue el avance de Reitman en su capacidad para dotar de complejidad crítica a las “divertidas” historias que cuenta y tras la levemente ácida Juno, un compendio de sensibilidad, delicadeza e ironía, y tras apretar las tuercas con Gracias por fumar, da otra vuelta de tuerca más con esta película en la que, otra vez, consigue una dirección de actores simplemente insuperable. A George Clooney nunca lo he visto más eficaz ni más digno sucesor de los que, me parece a mí, son su maestros y su inspiración: Cary Gran y Clark Gable, a los que, además, se parece físicamente y a los que emula, sea consciente o inconscientemente. Supongo que más bien conscientemente.


Reitman, a la izquierda, con sus actores principales.

Y qué decir de las chicas que le dan la réplica. Tenemos a una atractiva, seductora y buena actriz Vera Farmiga -a la que vimos hace poquito en La huérfana-que consigue que su agradecido personaje no se le escape de las manos y aprovecha la ocasión componiéndolo con contención y elegancia, pero con magnetismo. Anna Kendrick, a la que creo no haber visto hasta ahora (creo que sale en Crepúsculo, pero no he pasado por taquilla), está simplemente perfecta en un personaje ambivalente, contradictorio, vulnerable, encantador. Los actores, sus trabajos (la mayor cualidad de Reitman es la dirección de actores) son la guinda de esta divertida y a la vez agria película que, como en su día lo fue Juno, va a suponer la gran sorpresa de la presente temporada. Y no va a ser ninguna sorpresa las candidaturas que Up in the air va a conseguir para los próximos óscar. Como es sabido está acumulando nominaciones y premios por todas partes. Algo que me parece justo y de lo que me congratulo.

Calificación: ***

22/1/10

Ryan O´Neal

De Oliver a Barry Lyndon
Ryan O’Neal fue en la década de los 70 uno de los galanes más deseados por las jovencitas (y no tan jovencitas) que lo descubrieron justo en el año en que empezaba dicha década en la película de Arthur Hiller, Love Story. Su personaje, Oliver, lo lanzaría fulgurantemente al estrellato. La película fue un romanticoide folletín que hizo correr ríos de almíbar y de lágrimas entre un público femenino que en aquellos años devoraba las por entonces muy populares fotonovelas. Las fotonovelas eran una suerte de novelitas rosa de consumo en formato revista, en las que los textos, levísimos, eran simples apoyos que enfatizaban historias de amor contadas utilizando fotografías, ordenadas al estilo de las viñetas de los cómics: en realidad eran tebeos cuyas cuadrículas sustituían los dibujos por fotos. En Love Story nacía también otra estrella cuyo recorrido fue algo menos extenso que el de Ryan, pero que mientras lo fue, no tuvo nada que envidiarle: su compañera de reparto -y de lágrimas- fue una tal Ali McGraw, hoy olvidadísima. Love Story tuvo poco después su secuela, que se llamó Historia de Oliver, pero que no alcanzó ni por asomo el éxito de la primera.

En la época de Peyton Place, cuando aun había rodado para el cine.

En España, más de una de las estrellas del cine de aquellos años salieron de la fotonovela. De los actores españoles que de dichas narraciones pasaron al cine, citaré a María José Cantudo y a Manolo Otero los qué, como estaba mandado y reclamaban sus fans, trasladaron sus fotoromances impresos a la vida real y acabaron pasando por la el altar. El matrimonio no llegó muy lejos, pero esa es otra historia. Otra historia que también hubiera podido muy bien ser de fotonovela. Pero estamos hablando de Ryan O`Neal…
Ay!, los estragos del tiempo...

Cuando se rodó Love Story, Ryan O´Neal no era un completo desconocido pues en la década anterior (años sesenta) había intervenido en la exitosa serie de televisión Peyton Place. Allí hacía pareja con la también futura estrella de cine Mia Farrow. Aquel trabajo en televisión le proporcionó algún papel en el cine, pero sin que ello tuviera demasiada repercusión en su ascenso al estrellato. Si acaso, destacar de finales de los 60 una película titulada La perversa (que se estrenó en España con bastante retraso, y a rastras del éxito de Love Story), en la que conoció a la que sería su primera esposa, Leigh Taylor Young.
La pareja que más hizo llorar en los setenta. Con Ali MacGraw en Love Story.

El éxito de Love Story (quién no reconoce todavía ya desde los primeros acordes a la oscarizada y romántica banda sonora de Francis Lai), película por la que Ryan obtuvo una nominación al óscar, propició que nada menos que Barbra Streisand -entonces una de las diosas indiscutibles de Hollywood- se fijara en su atractivo palmito y lo reclamara para ser ella la que lo pasara por la piedra (en la ficción y durante el rodaje, se cuenta) en su siguiente película, una nueva versión, con los personajes puestos al día, del clásico de la comedia de los años treinta La fiera de mi niña
Barry Lyndon alumbrado por Kubrick: utilizó como única iluminación de interiores la luz de las velas del decorado.

Ni la Streisand era Hepburn, ni O´Neal era Grant, pero ¿Qué me pasa, doctor? resultó ser una delirante y divertidísima comedia que no tenía motivos para avergonzarse delante de su modelo. ¿Qué me pasa, doctor? fue dirigida por Peter Bodganovich, por entonces un prometedor director que, antes de perder de forma prematura e incomprensible el protagonismo y el peso que conseguirá en la industria del cine en los siguientes años, nos dejó obras de la importancia de The Last Pictures Sow, Targets o Una señorita rebelde.

Con Tatum en un descanso de rodaje (Luna de papel)

A continuación de ¿Qué me pasa, doctor?, Bodganovich le puso a Ryan O´Neal otro gran éxito en bandeja, Luna de papel, película en la que debutaba su hija Tatum. Con solo nueve añitos Tatum O´Neal consiguió el óscar a la mejor actriz secundaria, ostentando todavía hoy el récord de ser la actriz más joven en ganarlo. Bodganovich siguió haciendo cine, pero su aura de gran director había sufrido un importante deterioro tras varios fracasos consecutivos y al día de hoy no ha conseguido recuperar el prestigio de su primera etapa. Y eso a pesar de películas tan interesantes como Texasville, ciudad a la que volvió en la ficción treinta años después a revisitar a los personajes de The Last Pictures Sow para que comprobar qué había hecho de ellos el paso del tiempo. Bodganovich, por desgracia, sigue estando bastante infravalorado, no tanto de la crítica como sí del público. Un público hoy muy distinto del de sus primeros éxitos y con el que no logra superar una evidente desconexión. Pero estamos hablando de Ryan O`Neal…

Con Farrah, al principio de su relación.

Después de una serie de películas de relativo éxito a Ryan O´Neal le faltaba todavía interpretar su película más prestigiosa y su cénit como actor, la aparatosa versión de la novela de Thackeray, Barry Lyndon, llevada a cabo en el 75 por un Stanley Kubrick en el apogeo de su creatividad, si es que ese apogeo no lo fue toda su impresionante filmografía. A partir de Barry Lyndon la carrera de Ryan O´Neal se estancó. Volvió a trabajar con Barbra Streisand en Combate de fondo, donde aprovechaba su pasado como boxeador. Hay que decir que en su juventud, antes de meterse a menesteres de actor, practicó profesionalmente ese deporte. Pero ya nunca remontaría su fama y la decadencia física que siempre llega a los guapos le fue limitando las posibilidades de recuperar el protagonismo perdido al no encajar en lo que siempre se esperaba de él: que estuviera guapísimo.


La pareja estuvo muy unida y durante la enfermedad de Farrah el siempre estuvo a su lado.

Se casó con la ex ángel de Charlie Farrah Fawcett Majors, fallecida hace muy pocos años. En su vida privada hubo tiempo para todo tipo de escándalos siendo el más sonado el que protagonizó al disparar con una pistola al hijo de ambos (al que no llegó a herir) en una reyerta familiar que nunca se aclaró del todo. En la actualidad, y tras superar una grave enfermedad de la sangre, ha iniciado una nueva andadura televisiva en la serie Bones donde interpreta al padre de Breenan, uno de los protagonistas y se anuncia su participación en varios capítulos de 90210.

19/1/10

Hierro

No sin mi hijo

Hierro es una interesante ópera prima que se adscribe al género suspense con ligeros toques de terror tan del gusto del público español. Está producida por quienes gestaron nada menos que El orfanato y creo que eso se nota. Una joven madre pierde a su hijo, que desaparece misteriosamente cuando viajan en un ferry que los lleva de vacaciones a la isla de El Hierro. El dramático suceso la trastorna, como es natural, y tras varios meses de angustiosa espera sin saber qué pudo pasar y qué puede haber sido de su hijo, es requerida por la policía para que vuelva a la isla e identifique el cadáver de un niño que ha aparecido ahogado y que por sus características pudiera ser su pequeño. La pesadilla solo acaba de empezar.

Hierro es una película modesta que huye de los aspavientos pero que se cuida de recrear con elegante minuciosidad el clima de ensoñación y pesadilla que está viviendo el personaje, aderezando la intriga con detalles sutiles. El punto de vista fantasmagórico que la mujer tiene de la realidad que vive hace que como espectadores llegamos poner en duda su equilibrio mental. De la Riva realiza un trabajo exhaustivo en el que va creando un imperceptible suspense que nos hace pensar que en la casi desértica y aparentemente tranquila isla se guardan más secretos de los que aparenta su bucólica placidez. La utilización que se hace de los paisajes agrestes de El Hierro, casi extraplanetarios, son magníficos, como magnífica es la fotografía y la banda sonora.

Sólo por estos logros técnicos ver Hierro ya merece la pena, película en la que el director, que debuta aquí, desarrolla un auténtico ejercicio de estilo. Esa exquisitez estilística se amplía a la interpretación de una estupenda Elena Anaya, lo que le ha valido el premio del festival de Sitges. En la película pueden reconocerse rasgos temáticos y estilísticos de la ya mencionada El orfanato, principalmente en el trabajo de la protagonista, cuya comparación con el de Belén Rueda es inevitable. Hay también argumentalmente ciertas coincidencias temáticas con una película que vi hace ya algunos años interpretada por Jodie Foster, Plan de vuelo: desaparecida, cuyo director no recuerdo ni me voy a molestar en buscar. Pero quien haya visto El rapto de Bunny Lake, la obra maestra de Otto Preminger, verá que el personaje de Anaya es bastante más que deudor del que interpretaba allí un extraordinaria Carol Lindley, la mamá de la hasta hace muy pocos años en el candelero, Laura Lindley. Por cierto ¿qué ha sido de esta chica?.

Hierro se deja ver con bastante interés pese a que se pueda argumentar que se trata de una única situación que se estira y estira. Pero ya hemos dicho que Hierro es principalmente un ejercicio de estilo, en el que lo que cuenta es la descripción de la psicología del personaje principal. Es revelador al respecto el sugestivo prólogo en el acuario donde trabaja la protagonista, donde ya se nos dan las claves para lo que vamos a ver a continuación. La película está fotografiada desde el punto de vista del personaje y lo que vemos como espectadores lo asimilamos como la distorsionada visión de una mente alterada. Algo parecido a lo que Polanski hacía con algunos personajes femeninos de algunas de sus películas, como el de Catherine Deneuve en Repulsión, el de Mia Farrow en La semilla del diablo o el de Shelley Winters de El quimérico inquilino.

La extraordinaria y peculiar orografía de la isla se aprovecha muy eficazmente para lograr esos efectos de irrealidad y de pesadilla. El Hierro se integra en la narración casi como un personaje más: no es gratuito que la película lleve su nombre por título. El final es quizás menos sorpresivo de lo que se pretende, pero desde luego es coherente con la honestidad y el rigor con que se ha realizado la película, en la que se huye de efectismos gratuitos y de sustos que no vengan a cuento. Virtudes que se redondea gracias a la cortedad de su metraje: menos de hora y media. Un tiempo más que suficiente para contar la historia sin que el público acabe saturado de obviedades y escenas de relleno. Lo que la beneficia bastante y se lo agradecemos como espectadores.

Calificación: **

16/1/10

La cinta blanca

El pueblo de los malditos

Va a ser muy difícil ser original al hablar de La cinta blanca, la última obra maestra de Michael Haneke, una película que está cautivando a la crítica de todas partes y con la que se reconoce definitivamente al gran cineasta de la turbiedad, la crueldad y la putrefacción moral, como elementos inherentes de la naturaleza humana. Todos los comentaristas de todos los medios, de todas las ideologías y de todas las tendencias hablan de La cinta blanca con entusiasmo y pasión. Esa coincidencia, que podría poner la mosca detrás de la oreja a cualquier aficionado mínimamente inconformista es, en mi caso, compartida totalmente. Haneke consigue con La cinta blanca la quintaesencia del discurso global de su filmografía, al menos de la que yo le conozco. No he visto ni El séptimo continente, ni 71 fragmentos de una cronología del azar, ni El castillo. De hecho, puede decirse que he seguido su cine desde que vi la demoledora Funny Games, primera versión, película que me impactó tanto que decidí no perderme ni una sola de las que rodara a continuación. Vi después en una copia Dvd la algo anterior El vídeo de Benny donde ya estaba todo el germen de la constante que iría después desarrollando y perfeccionando.

Tengo que decir que me llevé un susto morrocotudo cuando vi El tiempo del lobo, y temí que todo hubiera sido un espejismo. En mi opinión El tiempo del lobo es una mancha importante en una de las filmografías modernas que más me impresionan, haciendo la salvedad de que desconozco todavía algunas de las películas que la componen. El tiempo del lobo me pareció una pretenciosa, vacua y mala variante de cierto tipo de películas “apocalípticas” que por esos años estaban de moda y de las que 28 días después sería quizás la más emblemática. Una película indigna de Michael Haneke y espero que por decir esto no se me eche más de uno encima.
Si Funny Games nos hablaba de las consecuencias del egoísta y egocéntrico comportamiento de Europa tras la reconstrucción que de sí misma llevó a cabo durante varias décadas una vez liberada de la traumática embestida nazi, La cinta blanca reflexiona sobre el origen de la bestia. En concreto, si Funny games nos advertía de aquello de que “un país sin memoria está condenado a repetir su historia”, aplicando la máxima a “todos” los países que vencieron al monstruo que intentó devorarlos, La cinta blanca nos recuerda cómo se gestó la bestia que, según se nos advierte en Funny games, puede resurgir de un momento a otro. Como es marca de la casa, Haneke nos puebla la mente de sugerencias inquietantes, de imágenes perturbadoras, de preguntas imprecisas sin respuestas concretas… Intuimos, más que vemos, lo que se esconde detrás de las imágenes de sus películas y, pese a que presentimos la esencia de lo que nos cuenta, no acertamos a concretar dónde se encuentra lo que nos perturba. No hay respuestas a tanta incomodidad como la que nos produce las imágenes de Haneke: tenemos que buscarlas nosotros mismos.
Haneke en La cinta blanca bebe de fuentes concretas sin dejar de ser él mismo y, creo que soy poco original diciéndolo, pero es lo que hay. Encontramos referencias a cineastas que también se preocuparon de las mismas cuestiones, tangencial o directamente, y adopta incluso estilos narrativos y estéticos de otros maestros que le inspiran. La sombra de Carl T. Dreyer está en ese entorno intransigente y cerrado en el que el protestantismo aplica con férrea crueldad sus postulados teológicos. Evidentemente Haneke prescinde del misticismo del director de Dies Irae. No así de su estética, en la que es fundamental el uso del blanco y negro. Bergman también hace acto de presencia y lo podemos reconocer en la peculiar pareja formada por el médico y la comadrona, sin olvidarnos del Wolker Scholöndorff de El joven Törless, El noveno día y El tambor de hojalata, presente en la férrea, sometedora y alienante disciplina aplicada en la formación de una generación a la que no le hubiera gustado crecer en semejante entorno, como ya vimos que ocurría con el niño del tambor.

Hanke rodeado de sus "encantadores" niños.

Pero la referencia más arriesgada de Haneke y no por ello la menos brillante, sino todo lo contrario, la encontramos en la película El pueblo de los malditos, con esos niños perturbadores a los que intuímos con desasosiego como amenazantemente manipuladores, crueles, fríos, inteligentes, destructivos, consecuencia aquí no de una invasión alienígena, sino de otra invasión mucho mas estremecedora, por lo real y tangible: la de la intransigencia y el alienamiento abductor, no de extraterrestres, sino de la propia sociedad que les ha dado la vida y los prepara para convertirlos en bestias.

Calificación: *****

13/1/10

Diez negritos

El caso de los diez asesinaditos

"Alguien está haciendo un estropicio con esta bonita porcelana de Sèvres ¿no osparece?"
Me topo en las estanterías de El Corte Inglés con una película, Diez negritos, adaptación de la popular novela de Agatha Christie que me deja boquiabierto al ver quien la firma. Conocía un par de versiones de la novela y sabía de la existencia de otra. En el 62, creo, en el Reino Unido se llevaron a cabo una serie de adaptaciones de esta prolífica escritora, todas ellas dirigidas con notable solvencia por George Pollock y casi todas interpretadas por el personaje de Miss Marple encarnado por la oscarizada ancianita Margaret Rutheford. Hay otra versión de los años setenta dirigida por el británico Peter Collinson en la que intervenía España en régimen de coproducción y en la que tenían papeles los españoles Alberto de Mendoza (de nacionalidad argentina, por si alguien tiene la tentación de corregirme) y la modelo y actriz catalana Teresa Gimpera. Hay otra versión más de los años ochenta, de producción rusa, que no he tenido la oportunidad de ver y de la que se dice que es la más fiel de todas las adaptaciones. Pero a lo que iba…

Portada de una de las centenares de ediciones de la novela.
La sorpresa de estos Diez negritos viene como ya he dicho de la firma del director: nada menos que… ¡René Clair! Alucino y me pregunto qué puede haber visto el director de La puerta de las lilas y de Las maniobras del amor, entre tantas otras películas mayores en un relato de Agatha Christie. Más, cuando él mismo es el productor. Por supuesto que atrapo el dvd y… “¡me la llevo!”, haciendo caso al manoseado slogan de estos grandes almacenes, ya que la curiosidad me puede.Diez negritos tambien ha inspirado videojuegos... al igual que Asesinato en el Orient Express. (Ver el MixPod ahora)
Diez negritos es una película muy agradable de ver pero tan menor como era previsible, naturalmente si la comparamos con la globalidad de la obra del director francés. Que yo recuerde, sólo hay una película de cierta importancia que se haya basado en Ágata Christie y es Testigo de cargo, del gran Billy Wilder. Aun así y siendo una de las películas más populares del director de Perdición, creo que es de las más flojitas de toda su carrera. En Testigo de cargo se encuentra la impronta del lado wilderiano más negro y algo tendrá que ver que esté basada en un relato muy corto, de quince o veinte páginas, que fueron alargadas y recreadas tanto para la película (en un guión del propio Wilder) como para la obra teatral que se había representdo con tanto éxito como el que tuvo su versión al cine.

En el Diez negritos de Peter Collinson colaboraron las cinematografías de Reino Unido, Francia, Alemania, Italia y España. Los resultados fueron más que mediocres.
El resto de adaptaciones de la Christie fueron siempre plúmbeos y lujosos desfiles de actores paseando sus vestuarios por los escenarios más lujosos y exóticos posibles: Muerte en el Nilo, El espejo roto, Muerte bajo el sol… De todas las adaptaciones destaca, si acaso por que consiguió algún óscar (uno para Ingrid Bergman como secundaria), la que dirigió Sídney Lumet, Asesinato en el Orient Express. Inciso: Asesinato en el Orient Express y Diez negritos son dos copias descaradas de una misma idea y de una misma resolución… que invierten el mecanismo de la trama. En la primera, diez personajes están atrapados en un lugar del que no puede escapar (el Orient Express a su paso por los inhóspitos Alpes) y donde se lleva a cabo un asesinato, cuya víctima es apuñalada una decena de veces: hay que buscar al culpable de entre los viajeros. En la segunda: diez personajes están atrapado en una remota isla deshabitada y los diez van siendo “diezmados” (perdón por el chiste fácil) uno a uno por un misterioso asesino que se supone es el anfitrión que los ha citado en tan inhóspito lugar. Por supuesto la gran sorpresa final es la marca ineludible de la marca Christie.

Cartel de la versión de George Pollock
Diez negritos, versión René Clair, está realizada en la etapa hollywoodiense del director, en donde realizó cuatro películas. En concreto es la última que rodó allí antes de volver de nuevo a Francia en donde prosiguió una ascendente carrera y donde se afianzó como uno de los directores más representativos de la comedia costumbrista francesa. La despedida americana no fue exactamente apoteósica con este rodaje que parece que fue un juego más que una imposición, al ser él mismo el productor. Sí es verdad que la película tiene la elegancia y el humor característicos (ironía, sarcasmo, paradoja...) que le identifican. Algo infrecuente en una película de crímenes.

René Clair la tituló Y entonces no quedó ninguno. Avieso título para la película que no creo que lograra despistar a ningun espectador.
Diez negritos no puede soslayar su naturaleza teatral al tener que atenerse a un único escenario y René Clair lo asume, aunque descarga esa claustrofobia sacando puntualmente la cámara al exterior y añadiendo algún otro detalle distraído, como el protagonismo de un gato que merodea por la mansión y que puede que sea el único testigo y conocedor del ingenioso asesino.
Como sabe todo el que conozca la novela, ocho personas son invitadas por un personaje que asegura conocerlos (aportándoles algunos datos que lo corrobora) a pasar un fin de semana en una isla en la que solo existe una lujosa mansión habitada con únicamente dos sirvientes. Una vez en ella empieza una serie de asesinatos rituales inspirados en una canción infantil titulada Diez negritos. Cada uno de los personajes irá muriendo asesinado según la cronología de de la cancioncilla. Desde luego un hecho así aterrorizaría al personal más impasible a partir del segundo asesinato, pero los personajes de Clair se lo toman con un parsimonia y una tranquilidad sorprendentes y el tono de comedia aplicado le quita toda la posible tensión de cara al espectador que, antes que nada, si acaso se intriga por quien va a ser el siguiente en desaparecer como si lo que estuviera en juego no fueran las vidas de los personajes, sino la colección de estatuillas (diez negritos de alabastro) que van desapareciendo una tras una con cada asesinato. Al final, y ateniéndose al obligado happy end, no todos acaban fiambres como en la novela y Clair se saca de la manga una resolución diferente. Comedia al fin y al cabo.
Agatha Christie meditando sádicamente a quen se carga a continuación.

Así las cosas, lo mejor de la función, como no podía ser de otra forma, es el elenco de actores, todos estupendos, entre los que destacan el oscarizado Barry Fitzgerald, el papá de John Huston , Walter Huston (también oscarizado), Judith Anderson ( el ama de llaves de Rebeca) y la presencia de la “exótica” June Duprez de El ladrón de Bagdad. Creo que es muy poca cosa si de René Clair hablamos. Pero como rareza es toda una joyita.

Calificación: **

Letra de la cancioncita infantil de marras

Diez negritos se fueron a cenar, uno se ahogó y quedaron: nueve.

Nueve negritos trasnocharon mucho. Uno no se despertó y quedaron: ocho.

Ocho negritos viajaron por Devon. Uno se escapó y quedaron: siete.

Siete negritos cortaron leña con un hacha. Uno se cortó en dos y quedaron: seis

Seis negritos jugaron con una colmena. A uno de ellos lo pico una abeja y quedaron: cinco

Cinco negritos estudiaron derecho. Uno de ellos se doctoró y quedaron: cuatro

Cuatro negritos se hicieron a la mar. Un arenque rojo se tragó a uno y quedaron: tres

Tres negritos se pasearon por el zoo. Un oso los atacó y quedaron: dos
Dos negritos estaban sentados en el sol. Uno de ellos se quemó y quedó: uno
Un negrito se encontraba solo. Se ahorcó y... ¡no quedó ninguno!"

10/1/10

El cónsul de Sodoma

El poeta que quiso ser poema

Gil de Biedma cabalgando por la vida detrás de su compañero/amante más conflictivo.

No es nada frecuente el biopic como género en el cine español y menos de personajes de relevancia reciente o actual. Menos todavía que el personaje elegido sea un poeta de escasa proyección popular ahora , por mucho que Jaime Gil de Biedma esté considerado, con justicia, un poeta clave del tardo franquismo y de la transición democrática española y su poesía fuese veneradamente leída entre la progresía cultural de entonces. En realidad, Gil de Biedma, escritor encuadrado en la llamada generación de los cincuenta, fue (es) un poeta catalán, pese a que su orígenes estuvieron en la alta burguesía castellana, que nada o casi nada tuvo que ver con el movimiento literario del resto de España que estaba centralizado en la capital del país.
Josep Limesa es Carlos Barral, fudamental en la obra del escritor ya que se encargó de editar sus poemas.

El interés cinematográfico del personaje viene dado por las peculiares características de su personalidad y la intensidad con que vivió una vida, a contracorriente de la que la sociedad a la que perteneció le predeterminaba. Homosexual y ácrata, comunista y libertario, tuvo problemas con el régimen que lo tenía en el punto de mira. La suerte de pertenecer a una familia relevante lo libró de males mayores pero fue en su vida privada donde se topó con la tragedia.

De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación —y ya es decir—,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?

(Fragmento del poema "Contra Jaime Gil de Biedma", donde se revela la extraña relación del poeta con su particular Pijoaparte)

El cónsul de Sodoma, título extraído de uno de sus v ersos autobiográficos, Los cónsules de Sodoma, es una película que, si el espectador tiene algún interés por los años que retrata y por los personaje y hechos que rodean al protagonista, puede llegar a apasionar pues, tras el retrato del poeta, hay otra historia que más que la de la España de aquellos años es la de la Cataluña de entonces. Si afinamos, trata de la Barcelona donde se gestó ese movimiento cultural “catalán” tan heterodoxo que acabó confluyendo en la mítica sala Bocaccio donde intelectuales, y artistas de todas las ramas se codeaban en un conglomerado cómplice que a falta de una combatividad callejera inexistente al estilo de las revueltas estudiantiles tipo mayo del 68, hacían oposición a la dictadura desde posiciones teóricas. Poetas, novelistas, editores, arquitectos fotógrafos, actores y directores, críticos… conformaron en la mítica sala barcelonesa lo que dio en llamarse “La Gauche divina”, una mezcla de creadores de lo más variopinto que se refugiaba en dicho local como forma de escapar de la mediocridad reinante y de la represión.

Bimba Bosé encarna a la única mujer en la vida del poeta.

Realizada con una valentía y una sinceridad encomiables, El cónsul de Sodoma tiene además un empaque y un acabado artístico que la emparenta con grandes biopics hollywoodienses y su estilo visual o look, tienen una meticulosidad y un perfeccionamiento digno de mayores presupuestos. La franqueza con que se explicitan las escenas de sexo es sorprendente y para nada chirrían en la historia, integradas necesariamente para comprender la naturaleza del personaje. El tono poético de la narración, el recurso de ilustrarla con versos del poeta, nos va dando las claves del personaje. Hay quienes se rasgan las vestiduras ante escenas de sexo tan realistas como las de cualquier otra película que las contenga sin que pase nada, por el hecho de que se ven penes erectos y actos explícitos.

Ejecutivo de una fábrica de tabacos en Filipinas, con su amante filipino y el hijo de éste.

El hecho que se hable también en El cónsul de Sodoma de personajes ilustres de la cultura catalana y española en una historia que, todavía hoy, puede levantar ampollas por su naturaleza transgresora y escandalosa en lo sexual, ha dado lugar a que algunos de los aludidos haya montado en cólera. De todos los personajes que desfilan en la narración, varios de gran influencia entonces y otros influyentes ahora, da idea de hasta qué punto la película ha logrado su objetivo de interesar a un público inquieto. Por la pantalla desfilan desde el arquitecto Ricardo Bofill al editor Carlos Barral, pasando por Colita y Joan de Sagarra (el cronista y la fotógrafo oficial de la Gauche divina) y, sobre todo Juan Marsé que en la película aparece como un escritor en ciernes dubitativo que no sabe cómo terminar su novela Últimas tardes con Teresa y la influencia que sobre ésta tuvo la intervención de Gil de Biedma. Su personaje principal, Pijoaparte, fue en realidad una creación del poeta que lo remodeló de arriba abajo en base a su experiencia con ese tipo de personajes: un chulo charnego inculto y arribista con los qué tanto se relacionó Gil de Biedma. Hay otro personaje, su última pareja, que es nombrado siempre como Pep. O estamos ante otro conflicto con personaje vivo que, o bien por respeto o bien por temor a posibles problemas con el mismo, se elude su apellido. Pero el actor elegido para interpretarlo apenas deja lugar a la duda por su gran parecido con el real y todos podemos saber de quién se trata. Además, tenemos a un actor que se dedicó a representar la obra del poeta por los escenarios y que siempre ha dicho que fueron grandes amigos el poeta y él. Nosotros mismos…

Josep Linuesa, Bimba Bosé y Jordi Mollá, junto a Sigfrid Monleón. director del filme.

La película concluye con Gil de Biedma arrasado por el sida ya en la edad de 60 años,
con unas secuencias finales hermosísimas en las que a punto de morir sólo le queda como tangible regalo de vida la contemplación de cuerpos adolescentes llenos de energía y de belleza, único asidero y bálsamo para soportar la espera del anunciado final.

Calificación: ***

6/1/10

Alida Valli

La italiana de la mirada insondable

Como vemos en la firma de la fotografía, Alida se permitió ser conocida durante sus años de esplendor por sólo su apellido.

Alida Valli fue una actriz que brilló con el fulgor y la intensidad de una estrella fugaz. Ojo: hablo de su estrellato y no de su carrera de actriz. Estrella lo fue en el firmamento cinematográfico de Hollywood de finales de los cuarenta. Una estrella que llegó a refulgir poderosamente y que incomprensiblemente se apagó demasiado pronto sin que uno se pueda explicar las razones de por qué pasó. De actriz/estrella pasó a ser sólo actriz lo que, bien pensado, no es nada negativo. Le esperaba su etapa más prestigiosa como intérprete. En Europa hizo sus mejores películas pero sus trabajos fueron cada vez menos interesantes a partir de mediados los sesenta y en muy poco tiempo acabó en producciones de bajísima entidad hasta aceptar papeles, ya en su avanzada madurez, realmente deplorables. Su físico siguió el mismo itinerario que su estrellato y su belleza se fue marchitando a pasos agigantados. Quizás una cosa arrastró a la otra.
Cuando llegó a Hollywood iba precedida de una gran popularidad y un gran prestigio en Europa, Más, por supuesto, en Italia, donde había robado los corazones de toda clase de públicos en una película de Mario Soldati, Piccolo mondo antico, con una sublime interpretación donde exhibía un gran encanto y una candorosa belleza juvenil cuyos focos principales eran una mirada soñadora y dulce y un rostro angelical. Por esta época interpretó una adaptación de la obra de Pedro Antonio de Alarcón El sombrero de tres picos bajo las órdenes de Mario Soldati. Curiosamente esta opereta basada en el relato del famoso escritor español fue también versionada en Italia en los años cincuenta por Mario Camerini con el título de La bella campesina. La bella campesina no era otra que una emergente Sofía Loren haciendo bueno el adjetivo del título. Inmediatamente se realizó en España otra versión de El sombrero de tres picos, dirigida por Antonio Román, con una bellísima y encantadora Carmen Sevilla. Aquí se tituló La pícara molinera. Pero nos hemos alejando de Alida Valli…

"A mi no me va ésto de aparentar señorona"
Durante el rodaje de Piccolo mondo antico enamoró al director Mario Soldati que la convirtió en su musa y compañera hasta que, recién acabada la Segunda Gran Guerra, fue requerida por el magnate del cine americano David O. Selznick para que interpretara a la protagonista del inmediato rodaje de Alfred Hitchcock. La película se basaba en un hecho real y dado lo escabroso del tema se esperaba que fuese un gran éxito. La película fue El proceso Paradine/El caso Paradine. De las dos formas se tituló en España. Todo hacía prever que Hollywood y por tanto el mundo se rendiría a los pies de la bella italiana. Pero El caso Paradine fue un inesperado tropiezo comercial y artístico, algo que no se esperaba que pudiera ocurrirle al imbatible rey de las taquillas de aquellos años. Hitchcok culpo del fracaso de la película (muy relativo en lo artístico) a que el productor le impuso los actores equivocados para componer los dos principales personajes: Gregory Peck y Alida Valli. Hitch se quejó también de Louis Jourdan, el tercero en discordia, y no porque dijera que los tres eran malos actores, sino porque creía que no eran los adecuados para los personajes que él tenía imaginados.

La condesa Livia Serpieri dispuesta a todo por el teniente austríaco Franz Malher (Farley Granger)

Aun así, Alida Valli seguía siendo reconocida como una gran actriz y una gran estrella y se la requirió para ser la protagonista femenina de un guión de Graham Greene que tenía que rodar nada menos que Orson Welles. Y fue la protagonista de esa gran película que todavía hoy admira a los antiguos y a lo nuevos espectadores convertida en un clásico indiscutible de toda la historia del cine. La película la acabó dirigiendo Carol Reed un hasta entonces artesanal y mediocre director inglés que conseguiría después varios éxitos de crítica y público pero cuya carrera estuvo plagada de demasiadas mediocridades. . Aunque Carol Reed firmó El tercer hombre, siempre se dijo que el responsable real de la dirección fue el protagonista, un sensacional Orson Welles a uno y otro lado de la cámara. La Valli estaba sublime, sobre todo en la larga secuencia que pone fin a la película en la que pasea su dignidad y su indiferencia ante el hombre al que no ama ni amará, recorriendo pausadamente un interminable paseo donde al final la espera un impasible Joseph Cotten que es ignorado. En el MixPod del Blog podemos ver esa secuencia mientras leemos esto.En esta película, Alida Valli aparece en el reparto simplemente como Valli, lo que ya dice mucho de hasta qué punto era reconocida.
Foto publicitaria de El caso Paradine, donde "no" hacía pareja con Gregory Peck
Pero no fue mucho más lejos en Hollywood donde intervino en algunas producciones más y tras el rodaje junto a Glenn Ford de La montaña trágica, se volvió a Europa donde ya olvidadas las pretensiones de estrellato trabajó junto a grandes directores, Visconti (Senso), Antonioni (El grito), Ojos sin rostro (un insólito filme de terror del gran Georges Franju en el que conformaría un personaje que repetiría después en varios giallos de escasa entidad)… hasta acabar en producciones cada vez mas mediocres. En su país intervino en infinidad de películas de terror (los giallos antes citados) especializándose en perversas damas maduras que aterrorizaban a exhuberantes jovencitas. Un personaje que, como ya hemos dicho más arriba, esbozó de forma magistral en la ya mecionada Ojos sin rostro. En España rodó un bodrio de mucho cuidado firmado por José María Forqué que se llamó No es nada mamá, es solo un juego y en España rodó también su última película antes de abandonar definitivamente el cine. Un tal Pepe Danquart firmó un thriller infumable que se llamó Semana Santa, donde un asesino hacia de las suyas por entre las procesiones de la Semana Santa sevillana. La protagonista fue Mira Sorvino, pero tal como sor...vino de Hollywood, se fue: sin pena ni gloria. Algunos años después tuvo la misma idea argumental, o parecida, el guionista habitual de Amenábar, Mateo Gil, que situó en los mismos ambientes una bastante más entonada Nadie conoce a nadie.

Recogiendo su León de Oro en Venecia como reconocimiento a toda su carrera.

Le fue concedido en el festival de Venecia de 1997 el León de Oro a toda su carrera. Ya tenía acumulado varios premios importantes por diferentes trabajos, todos en su etapa europea. En mi recuerdo predominará siempre especialmente por su composición de la condesa Livia en la magistral película de Luchino Visconti, Senso.

2/1/10

No es tan fácil

Cincuentones en forma

La Streep haciendo acopio de material para lo que mejor hace últimamente: cocinar.

No es tan fácil es una comedia que ni molesta ni entusiasma, pero que se ve con cierta complacencia. Tiene todo los ingredientes y todas las características de la típica comedia made in América, que se regodea y se autocomplace observando con mirada amable y condescendiente las neurosis y los problemas relacionales de un determinado estrato social que, vistas tantas y tantas películas sobre el tema, parece que sea el único con el que reírse en dicho país. Todos los personajes de No es tan fácil (como los de tantas otras comedias americanas) están situados en estratos sociales superiores y viven sin tener el más mínimo problema de tipo laboral o económico. Poseen fantásticas casas, tienen acceso a todo tipo de bienes sociales y de consumo, y desarrollan sus vidas en un entorno que podríamos calificar de paradisíaco, en el que se mueven como si les hubiera sido dado por un incuestionable derecho natural y por lo tanto apenas sí reparan en que lo poseen y en lo que disfrutan.

Alec Baldwin se me revela aqui como un buenísimo comediante

Parece que nadie de entre estos privilegiados tengan otros problemas que no sean los de batallar contra lo frustrante que es tenerlo todo. El conflicto de fondo es realmente no saber qué hacer con lo que se tiene (que es mucho) y hay que buscarle ocupaciones a la cabeza. Las excusas para mover el motor de sus acomodadas vidas son aferrarse a “problemas” que, casi siempre, son de índole sentimental: rupturas, divorcios, el paso de tiempo... todo lo que se lleva irremediablemente las cosas agradables de la juventud: lozanía, sexo y autoestima basada en el buen aspecto físico…. Frustraciones que suelen traer consigo el fantasma de la soledad. Hacerse mayor siempre se lleva mal en cualquier parte, pero para los americanos ricos parece ser siempre una fastidiosa tragicomedia. Visto el panorama de bienestar en que se desenvuelven, sólo pueden sentirse vivos buscándose este tipo de problemas. De este tipo de neurosis los cineastas suelen sacar jugosas -y jocosas- historias que llenan conscientemente de apuntes epidérmicos, banalidad y acaramelamiento para no molestar demasiado. La meta es hacerlas autodigeribles a un público nada proclive a dejarse calentar el coco. Curiosamente, son dos mujeres quienes mejor partido sacan de este tipo de comedias: Nora Eprhon y Nancy Meyers. Nada que ver con la visión de la manías y neurosis de la sociedad americana que suelen hacer cineastas como Sam Mendes o Todd Field, por poner un ejemplo.

El personaje y el actor más apagado de la película

Hechas estas consideraciones, hablar de No es tan fácil es realmente muy fácil. Estamos ante una “amable” comedia que “ironiza” con los problemas de una típica familia de las que suelen habitar el entorno arriba descrito. La película hace cómplice a un público netamente burgués que puede que se vea aludido por los vaivenes y aventuras de sus aburguesados personajes que, no nos llevemos a engaño, no son sólo el trío de maduros protagonistas, segmento social al que lanza continuos y complacientes guiños de autoafirmación y de indulgencia. La fauna de chicos y chicas jóvenes que aparece en la película son tan típicos representantes de esa burguesía como sus mayores y no es difícil concluir que en dos o tres décadas después tomarán el relevo de los mayores con idénticas cargas y rémoras “existencialistas”.

Meryl sonríe y gesticula más de lo que debería

Pero es verdad que la película se deja ver con simpatía y nos dejamos lavar el cerebro con las ocurrencias y situaciones “graciosas” que provocan el trío protagonista. Ocurrencias absolutamente inocuas en sus transgresiones y banales hasta el rubor. Y yo diría que lo que hay en la película es un dúo protagonistay no un trío, ya que el señor Steve Martin está más desubicado en la historia que un pulpo en un garaje. Su personaje es de puro relleno y su actuación, sorprendentemente mucho más comedida de lo que se podía esperar. Eso, por paradójico que pueda parecer, le perjudica y su trabajo resulta absolutamente anodino al no tener su personaje en la historia el peso que debería y al componerlo él de forma tan apagada.
John Krasinski hace el personaje que más me llama la etención de esta película

Otra cosa son Alec Baldwin y, sobre todo, Meryl Streep, una señora que, de verdad, es un “monstruo” de la interpretación que hace atractivo cualquier embolado en el que ella aparezca. Ah, como en Julie y Julia la Streep vuelve a ser una experta entre fogones y vuelve a soltar risitas y mohínes cómplices a mansalva. Se le perdona todo: lo hace taaan bieeen…
Calificación: **