A la vista del firmante, nada menos que el Atom Egoyan de Exótica, El dulce porvenir o El viaje de Felicia, uno espera bastante más de lo que ofrece una película como Chloe, remake de un film francés de hace siete u ocho años que se titula Nathalie. En España Nathalie X, sin duda para atraer a algún espectador extra que creyera que iba a encontrar material adicional cuando ya lo de “X” hacía tiempo que había pasado a mejor vida. Pese a que Chloe no es una película a despreciar, sí es verdad que acaba decepcionando a quien acuda a verla pensando que va a encontrarse con una obra de autor. O de su autor.
Sugerente fotograma que revela la íntima personalidad de Chloe.
Para empezar, a un servidor, que tiene a Atom Egoyan por un creador en toda regla, no le casa que se haya avenido a reescribir una película ajena, a no ser que con los resultados demostraran que merecía la pena hacerlo y que el material era susceptible de moldearse, adaptarlo a su universo y mejorarlo. No he visto Nathalie (o Nathalie X), pero dudo mucho que allí haya materia prima para llamar la atención de un cineasta de prestigio, de un autor, como sí lo es Atom Egoyan.
Atracción fatal.
Chloe empieza de forma prometedora y todo indica que vamos a asistir a un complejo estudio de personajes, principalmente el que interpreta Julianne Moore, una mujer en plena crisis de identidad, incapaz de asumir el tránsito de la juventud y de la primera madurez, a la etapa en que hay que empezar a aceptar el paso del tiempo y el cambio inevitable en la forma en que nos perciben los demás, a responsabilizarse de las convenientes y necesarias nuevas maneras de actuar ante lo que nos impone la vida cuando creemos que hemos dejado de tener influencia en las personas que queremos. Catherine (Julianne Moore) pierde el control de sí misma cuando cree que ha perdido el control de sus afectos y querencias, en especial el control en las relaciones con su esposo y con su hijo.
Catherine es una prestigiosa ginecóloga que sospecha que su marido (Liam Neeson), profesor de música, la engaña con una de sus alumnas. Consumida por los celos (posibles paranoias de alguien que va perdiendo a pasos agigantados la seguridad en sí misma), contrata a una joven, prostituta de lujo (Amanda Seyfried), para que provoque y seduzca a su marido, y así corroborar sus sospechas de que no le es fiel. Las sorpresas que le aguardan en su temeraria aventura quizás no vayan por el camino que ella esperaba.
El cartel de Chloe ya evidencia los sustanciales cambios en el enfoque de la historia original.
Chloe tiene un buen arranque y hasta más o menos la mitad la cosa no se deteriora. La intriga, el interés de la historia radica en el estudio de los personajes, en las motivaciones de sus comportamientos, de sus frustraciones, de sus paranoias obsesivas. Hasta aquí todo funciona, pues se nota la mano de una autor con clase que sabe contar, quizás una historia convencional, pero dignificada por el estilo de un cineasta con talento, además de contar con la actuación de unos buenos actores. Incluso Amanda Seyfield, en su primer papel “importante”, cumple con nota, y aporta a su interpretación algo más que su irresistible atractivo físico.
Cartel de la primera versión.
El problema surge cuando la historia deriva por senderos que ya venimos intuyendo desde casi el principio, y lo hace perdiendo los papeles y la contención. Cuando el thriller con psicópata de por medio acaba desvelándose, Atom Egoyan se olvida por completo de autorías y se deja llevar por las convenciones del género y lo acaba asumiendo sin tapujos. Toda la media hora final de Chloe la hubiera podido firmar sin ningún problema el Adrian Lyne de Atracción fatal, sin ir más lejos, echando por tierra el resultado global de una película que, hasta entonces, había transcurrido bordeando hábilmente las convenciones del género en el que finalmente se precipita.
Cartel español, con la X que la diferencia de la película original francesa.
El último plano de la película, en el que se insinúan, a modo de final con meollo, ciertas características del personaje de Julianne Moore, sugeridas sin ninguna base como no sea la de acabar la película con el convencional golpe de efecto, es la guinda que adorna el pastel y coloca a Chloe como una definitiva contribución al vulgar thriller de sobremesa, de esos que vemos en cualquier cadena de televisión, cualquier domingo por la tarde, después del telediario.
Chloe: ¿ese oscuro objeto de deseo?
Un final que parece un guiño al moño de… Assumpta Serna en Matador, de Pedro Almodóvar, o al de Kim Novak en Vértigo, de Alfred Hitchcock?: al de los dos, quizás. Aunque Atom Egoyan también copia de Hitchcock el recurso, más que dudoso, de desorientar al espectador con imágenes mentirosas, aquí bastante evidentes para cualquiera medianamente observador. Un engaño que Hitch utilizó tan sólo en una ocasión y del que tanto se arrepintió luego el autor de Pánico en la escena.