Donde viven los monstruos no defrauda las expectativas y nos encontramos ante una inmejorable adaptación del clásico infantil escrito/dibujado en 1.963 por Maurice Sendak. Eran grandes las esperanzas puestas en Spike Jonze, director con el que todo el mundo estuvo de acuerdo en considerar que era quizás la mejor elección para llevar este relato a la pantalla. Con sólo dos películas en su filmografía (aunque ha realizado bastantes videoclips para grandes estrellas de la música) Jonze es uno de los directores más admirados y respetados y en algunos círculos cinéfilos podría decirse que, incluso, venerado. La propia industria del cine lo considera un punto y aparte en la profesión, un intocable. No cabe duda de que Spike Jonze es un autor con un personalísimo universo y con un inclasificable estilo que atrapa al espectador más inquieto, pese a que su cine no haya traspasado (ni tampoco lo pretenda) la barrera de los círculos cinéfilos ni haya conquistando grandes audiencias. Su debut en Cómo ser John Malkovich dio bastante que hablar poniendo a todos de acuerdo en que nacía un cineasta rompedor y talentoso del que se podían esperar grandes cosas.
Adaptation /El ladrón de orquídeas confirmó esas expectativas y lo afianzó ya como uno de los autores más creativos e iconoclastas. Jonze es un director desinteresad
o de los códigos y formas clásicas de narrar y se preocupa por encontrar nuevos caminos expresivos. El relato de Sendak, que estaba pidiendo a gritos ser llevado a la pantalla, era un material ideal para un director de sus características y con Donde viven los monstruos Spike Jonze consigue una película excepcional que además capta prodigiosamente el alma del relato de Sendak. Jonze, más que adaptar el cuento a su particular universo personal y estético, se acomoda al relato para ser él quien se pliegue a las particulares características del mismo. En muy contadas ocasiones podemos reconocer al autor de Cómo ser John Malkovich y esto lo digo como un halago y nunca como un reproche. Spike Jonze aparca su iconoclastia, adopta una mirada objetiva con las intenciones del relato de Sendak y filma Donde viven los monstruos como si estuviera leyendo/viendo el libro y lo hiciera en voz alta para un auditorio atento, en lo que no sólo se aplica a la simbología y a las claves de determinados significados del texto sino que ilustra el mismo con idéntica fidelidad a adecuarse escrupulosamente a si imaginería.
Jonze supedita su trabajo a la propia estética e iconografía de Sendak (atención a los dibujos del original literario) y el resultado es que vemos a sus personajes cobrado vida y moviéndose en la pantalla recreados de forma idéntica y moviéndose en el mismo universo imaginado en el relato gráfico. Sólo hay una ligera variación argumental: el pequeño Max llega al lugar donde viven los monstruos, no desde el enclaustramiento forzoso a que su madre lo somete en su habitación después de un castigo a sus travesuras, si no que se escapa de casa y es en el espacio exterior donde buscará cumplir sus fantasías… La “realidad” de las normas que rigen ese nuevo mundo imaginado a donde se adentra y las características e idiosincrasia de sus extraños habitantes lo va a convencer de que las cosas no son nada diferentes a éste o a aquél lado del espejo. Quizás sea mejor conformarse con lo que se tiene a éste lado… valorarlo y aceptarlo.
Donde viven los monstruos contaba para su filmación con un presupuesto de ochenta millones de dólares que tuvieron que ser ampliados a cien. Jonze se enfrentaba aquí a su primera película cara, pero el resultado final no lo aparenta. La sombra de cine indie planea sobre la película y habrá que pensar que es la estética que el director elige, la característica que más lo identifica en la película, aparte de algún otro detalle como por ejemplo las secuencias donde Max tiene que esconderse en el estómago de KW y casi acaba digerido entre sus jugos gástricos. El diseño de los monstruos es casi literal al de los grabados del libro, pero cuentan con el inconveniente
de que, al no estar realizados recurriendo a técnica de animación digital (Jonze se atiene a las formas clásicas y los muñecos son actores dentro de un disfraz o artilugios mecanizados), el realismo visual que define la película se desmarca del perfeccionismo de las imágenes digitalizadas a que el cine ya nos tiene acostumbrados. Spike Jonce prefiere entroncar su propuesta con el diseño y la grafía que Sendak utiliza para el libro lo que, en mi opinión, es una muestra más del meticuloso respeto hacia el relato original con el que aborda la película, olvidándose de divismos y eludiendo ponerse en primer plano dejando todo protagonismo al relato. Que el estilo Jonze no lo veamos en primera instancia de la narración no quiere decir que no se proyecte detrás de esa primera lectura de las imágenes.
El resultado global es muy estimulante y, a mi entender, es una muestra más de que para nada estamos ante un director estrella y que Jonze relega su propio estilo a favor del trabajo que aborda. Donde viven los monstruos es un prodigio de sencillez y de inteligencia narrativa, donde la sensibilidad y la reflexión son los verdaderos protagonistas. Quiero obviar hablar del argumento (casi todos, niños o no tan niños, lo conocemos, y los que no lo conocen, basta con que se asomen a una cualquiera de tantas críticas que lo detallan). Relego también hablar de los actores (algunos con personaje real y otros dando vida con su voz a los muñecos) que tienen un peso muy leve en la película. El verdadero y único protagonista es el chiquillo que interpreta a Max, un prodigio de naturalizad y de encanto, que está absolutamente conmovedor. Difícilmente se podría haber encontrado a otro niño más convincente.
Donde viven los monstruos es una película excepcional con apariencia de sencilla. Algún espectador se desconcertará al no encontrarse con aparatosos efectos especiales y creerá que el clasicismo, casi anacrónico, con que ha sido realizada la película y han sido recreados visualmente los personajes, es pobreza de medios y falta de imaginación. Hay que ser muy miope para no encontrar en la aparente sencillez de Donde viven los monstruos la impronta de un cineasta dotado de una sensibilidad fuera de lo común y de una inteligente concepción en la forma de abordar una historia que no le está pidiendo a él el protagonismo. No se lo concede a sí mismo y, paradójicamente, esa modestia lo pone en el primer plano de atención en esta inusual película que, me temo, no va a ser adecuadamente comprendida (tampoco esta vez) por el gran público. Ese que acude a las salas de cine cargado de palomitas y de niños en cuanto llegan las navidades buscando otro tipo de entretenimiento. Ojalá me equivoque. Calificación: ****




Algún bailoteo más se marcaría sin que pasara nada, hasta que se presentó al casting de un súper musical que se iba a trasladar de los escenarios de Broadway al cine y que iba a ser dirigido por Robert Wise. El super musical se llamó West Side Story. Él consiguió el papel de Bernardo, el hermano de la protagonista, María, que interpretó una dulce y candorosa Natalie Wood. El éxito fue espectacular para la película y para todos los que intervinieron en ella. De los once óscar con los que fue premiada, él consiguió el perteneciente al mejor actor de reparto. La película, para quien esto escribe, es el mejor musical de todos los tiempos, con permiso de Cantando bajo la lluvia.


Queridos amigos:
Arriba, en vídeo , un fragmento significativo y adecuadísimo para estos días de la mirada que sobre el Evangelio proyectó el genial Pier Paolo Pasolini en El Evangelio según Mateo. El papel de Cristo estuvo interpretado por un español, Enrique Irazoqui, que ni siquiera era actor. Era un periodista que fue a hacerle una entrevista a Pasolini y de inmediato le dijo que él haría el papel de Cristo en su próxima película. Así pasó a la historia del cine un periodista español que hasta ese momento no tenía ni idea de lo que era interpretar .
Como espectadores, en el argumento de la película no intuimos ni por asomo que nuestro planeta esté pasando dificultades debido a nuestro mal uso de sus recursos y necesitemos un sitio nuevo para vivir, como ocurre en tantas otras películas del género. En realidad aquí pasamos de todas aquellas maravillas naturales que el planeta ofrece (será que el nuestro sigue fresco como una rosa) y nos importa un pimiento toda su magnificencia. Ni nos molestamos en mirarla: que la disfruten sus extraños habitantes mientras nos dejen rapiñarlo. Nuestros intereses allí son mucho más pragmáticos que admirar sus bellezas y sólo queremos unas extrañas piedrecitas. El ansia depredadora de los invasores es escasamente contestada por los habitantes de tan idílico lugar, impotentes con sus arcos y sus flechas ante la fuerza avasalladora de las gigantescas máquinas alienígenas que los invaden.



De nuevo me encuentro ante la disyuntiva de plegarme a la opinión mayoritaria para no parecer un presuntuoso contestatario y hablar con cierta positividad de esta película, o ser sincero hasta las últimas consecuencias con mi propia valoración y decir, ya de entrada, que Algo pasa en Hollywood es de una mediocridad irritante y que me deja perplejo algunas opiniones positivas, y hasta entusiastas que he tenido que escuchar o leer. Mira que procuro cerrar ojos y oídos cuando la película en cuestión está en mi agenda para su visionado, pero a veces no se puede evitar que te llegue cierta información.
A pesar de ello, no me sorprende para nada encontrarme con una película pedante que pretende ser una cáustica mirada al mundo del cine y sus entresijos y que acaba siendo una superficial sucesión de manoseados tópicos sobre el tema. Y no me sorprende porque Barry Levinson, un director sobrevaloradísimo, ha dado sobradas muestras a lo largo de su filmografía de su afectada pretenciosidad y de su incapacidad para dar a sus propuestas la necesaria complejidad y hacerse tomar en serio como un mordaz observador de las grandezas y miserias de la sociedad norteamericana. Aquí pone el punto de mira en el mundillo del cine con la pretensión de sacar el relieve de las debilidades de quienes mueven los hilos de la industria del cine. Megalómanos, neuróticos, egocétricos, hipócritas, ambiciosos… los hombres y mujeres que hacen películas, al menos en Hollywood, están todos afectados de taras y carencias y por mucho que sean capaces de montar y hacer funcionar el complicado engranaje de hacer películas, no son más que unos chiquilicuatres dignos de lástima a los que magnificamos cuando vemos sus películas o los admiramos ante los micrófonos de un escenario de cualquier festival de cine soltando boutades que nos parecen el no va más de la genialidad.
Qué bien si todo esto, que puede que sea verdad, nos fuera contado con solvencia y credibilidad y no como una sucesión de anécdotas vacías de significado adornadas con ínfulas de sentencias solemnes (el pretendido humor corrosivo que las envuelve es absolutamente plano e inocuo), totalmente inofensivas. Levinson no es Robert Altman y su juego de Hollywood está a años luz del de el director de M.A.S.H, al que parece querer seguir los pasos de su El juego de Hollywood, con resultados bastante deplorables. Quizas no sea procedente recordar obras maestras sobre el tema tales como El crepúsculos de los dioses (Billy Wilder), Cautivos del mal o Dos semanas en otra ciudad (las dos de Vicente Minnelli) y alguna más que ahora se me pueda escapar. Puede que no sean comparables a Algo pasa en Hollywood por pertenecer a otra época y a otros conceptos de lo que se entiende por Cine, pero la hondura, la sagacidad, la verdad , la credibilidad, la elegancia, la maestría de aquéllos directores y de aquéllas películas dejan en evidencia la absolutamente pedante, intrascendente e inútil peliculita de Barry Levinson… que sí se puede comparar con la ya mencionada El Juego de Hollywood de Robert Altman, su modelo, para dejarla en evidencia ante la obra de un auténtico maestro de su misma generación, abordando similar argumento.
Y qué más me da que éste o aquél actor o actriz esté estupendo, o que la fotografía sea una pasada, o que tal o que cual…. Algo pasa en Hollywood es un pestiño de mucho cuidado que sorprendentemente está siendo capaz de embaucar a más de un supuesto entendedor de cine, profesional de la crítica o no, que la valoran como no se merece. Y se me escapan los motivos por los que Bruce Willis haya decidido producir esta tontería en la que se reserva el papel de hacer su propio papel. Desde luego que si Bruce Willis es tal como es en ésta película, mejor que se hubiera quedado calladito antes de aparecer haciendo de sí mismo, siendo un megalómano insoportable y un auténtico gilipollas. Sean Penn también hace de Sean Penn, para quien todavía no haya visto la película o no lo haya leído por ahí. Y hablar de resto de los actores, todos tan conocidos, ya lo harán en otros comentarios por otros sitios. Yo detesto repetir lo que suelen ser citas comunes por todas partes. Pero ¿alguien ha dicho que Algo pasa en Hollywood es un tostonazo? Si nadie lo ha dicho, se dice aquí.
La "amistad", por encima de todo. Brindando por ella...
Y, como ya hemos dicho, tuvo que llegar el Mesala de Ben Hur para que se le abrieran todas las puertas. Pero todo fue un espejismo y, tras intentar después mantener el status de estrella en películas como Venus Imperial (junto a Gina Lollobrígida), y algunas más, le llegó otra oportunidad de oro al ser elegido para hacer el Marco Antonio de la gran superproducción, Cleopatra. Diversos problemas con el comienzo del rodaje de la película más cara del cine hasta aquel momento, hicieron que, al final, el papel se lo llevara Richard Burton, el por entonces marido de la protagonista, Liz Taylor. 


Stephen Boyd será para siempre, como máximo logro del estrellato que siempre ansió, el Mesala que nadie hubiera podido haber hecho más atractivo y creíble. 
Una pareja aficionada a los temas paranormales juguetea con una recién comprada cámara de vídeo intentando grabar, medio en broma medio en serio, lo que pudiera pasar en el dormitorio mientras ellos duermen. Dejar la cámara grabando en la habitación durante sus horas de descanso nocturno va a destapar la caja de los truenos y se van a llevar más de una sorpresa. La idea es muy interesante sobre el papel. Pero los resultados de Paranormal activity no lo son tanto. Podemos decir que la pobreza de medios es la culpable de que no se le saque demasiado partido a la propuesta… o que a pesar de esa pobreza de medios, la película funciona aceptablemente. Me voy a quedar con lo último, pues para desarrollar la idea argumental con más complejidad de lo que se hace, habrían hecho falta muchos más medios materiales para escenificar ciertas cosas que, a lo mejor, es bueno que hayan quedado en off.
Creo que el hecho de que las truculencias en que la película pudiera haber caído se dejen de lado y no se muestren dejándolas a la imaginación, enriquece la narración y por medio de la sugerencia se deja al espectador que se imagine todo lo que no se muestra y estaríamos deseando ver. La idea de apenas mover la cámara de un mismo sitio y darle a la misma todo el punto de vista de la película es, no cabe duda, el recurso más eficaz cuando no hay presupuesto y eso ya se vio en la ya mencionada El proceso de la bruja de Blair. Hace poco lo hemos visto hacer en REC - en sus dos partes- y también en Distrito 9, pero en ellas, pese a que no sean películas caras, sí que había un presupuesto coherente.
Paranormal activity es una película más bien insignificante pero no vergonzante y pese a que transcurre de forma monótona y es redundante en demasiadas situaciones, tiene varios golpes de efecto muy eficaces. Y lo que más se le agradece es que no abusa para nada de los sobresaltos comunes al género y soslaya la truculencia (pensamos que la falta de presupuesto puede haber sido una virtud) conteniendo el relato y dándole a lo insinuado su mayor capacidad para inquietar al espectador.
Como todos hemos leído u oído por ahí, Steven Spieberg está detrás de la promoción de esta pequeña película que antes de llegar a las pantallas estuvo montada en la red durante bastante tiempo y donde parece ser que cosechó bastante fama. Fue llegar a oídos (y ojos) del rey midas del cine y hacerse con los derechos de explotación de la películita y de preparar la correspondiente versión bajo parámetros presupuestarios muy diferentes a los de Oren Peli, el director de este “sleeper” que ha arrasado en las taquillas americanas, pero que, me temo (o me alegro, no lo tengo claro), que es algo que no va a pasar en las taquillas españolas. Quien no vaya a verla no se pierde nada.
A vueltas en mi cabeza con el tema principal de El baile de la Victoria, algo me decía que no sólo lo había oído en El cielo protector y, escarbando escarbando en la memoria y en internet, he encontrado por fin dónde más la había oído. La música está también en la banda sonora de Herida, una gran película de Louis Malle. Pero tengo un problema para explicarme de quien es realmente la composición, si de Sakamoto, que firma la música de El cielo protector o de Z. Preisner, que firma la de Herida.
Teniendo en cuenta que El cielo… es de 1989 y Herida de 1992 parece claro cuál es el origen. Pero en ninguna de las informaciones de Herida que he localizado por internet, se dice que el original sea de Sakamoto. Así que, mientras no se demuestre lo contrario, primero estuvo en El cielo protector por lo habrá que adjudicársela a Sakamoto. Pongo en el Mixpod videos de El Cielo protector, de Herida y de El baile de la Victoria.

